Son las cuatro de la tarde y comienzo mi viaje. Participo en el habitual y breve consejillo en los talleres de Luyanó, momento en el que directivos, ferromozas, conductores, supervisores, mecánicos, maquinistas, higienizador, dependientes, policías y otros compañeros, hasta completar los 32 ferrocarrileros que hacen alguno de los trayectos de rutas nacionales, ultiman pormenores, “se ponen al día” sobre cada detalle del viaje que iniciarán dentro de poco tiempo —en este caso Habana-Holguín— con salida a las siete y veinte de la noche.
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Tras la reunión abordamos el tren y busco esas famosas cucarachitas, habituales, según información previa. No las descubro, y me explican el tremendo esfuerzo por higienizar todos los rincones, aunque no pocas veces —agregan— parecería inútil la efectividad del líquido empleado, fabricado por Labiofam, y la voluntad de los higienizadores para eliminar los molestos insectos.
Suben la merienda de los viajeros —con muy buena calidad, por cierto— y la alimentación de la tripulación. Por suerte no olvidé el abrigo, pues es muy baja la temperatura en los modernos vagones de fabricación china utilizados en estos itinerarios.
Orjiel Pérez, director de supervisión de la Empresa de Trenes Nacionales de Pasajeros, me explica que suman cuatro los trayectos por rutas nacionales, todos con salida desde La Habana y hasta Holguín, Santiago de Cuba, Guantánamo y Bayamo. Regresan al día siguiente. Cada uno cada cuatro días. “Incluso, agrega, por decisión gubernamental el costo de los pasajes por ferrocarril no aumentó y es subvencionado estatalmente”.
Es evidente que no son los tiempos en que viajar por ferrocarril en el país se consideraba una odisea. Alguien a mi lado dice no olvidar La Bestia, aquel tren así nombrado popularmente hace algunos años y del que podrían contarse numerosas y terribles historias que hoy, felizmente, solo viven en la memoria. Aun así, los imprevistos no avisan de su llegada. Casi siempre con mal augurio. Allí conocí la experiencia de primera mano, pues aún en el patio de los citados talleres ferroviarios se rompió el llamado frente de tope, ubicado en el enganche del furgón y el coche contiguo. “Así no podemos viajar”, aseguró el conductor, entonces los mecánicos, presurosos, solucionaron el problema y finalmente el tren 315, con sus 12 vagones, pudo iniciar su marcha hasta la terminal La Coubre, donde le aguardaban casi mil viajeros.
Santa Clara era mi destino, adonde debía llegar sobre las doce y cuarenta de la madrugada. “Buen viaje”, oí decir, y el sonriente rostro de Maylán Pratts, la ferromoza de mi coche, hizo crecer mi optimismo.
Prevalece la organización y disciplina
En La Coubre converso con los dos maquinistas: Alaín Blanco y Santiago Torres, con 30 y 37 años en esa función, respectivamente.
“Realmente manejar un tren no es difícil. Lo complicado es dominar y cumplir el reglamento. Hay que ser muy responsable, ya que cada año nos examinan para poder conducir en el año siguiente y a la edad de 60 años hay otro más riguroso, que incluye pruebas sicométricas”.
En esta terminal capitalina me cambian de coche. Ahora mi ferromoza es una joven holguinera, Maydelis Batista Carbonell, quien informa el reglamento a los viajeros: “No están permitidas las ventas ni fumar ni ingerir bebidas alcohólicas ni transitar de un vagón a otro, ni bajarse en algún andén. A las 10:00 p.m. se apagan las luces y los televisores”.
Maydelis tiene dos hijos. Es divorciada y antes fue dependienta de gastronomía y cajera en el hotel ferroviario de su provincia. “El de ferromoza es un trabajo duro. Hoy 20 de enero mi hijo cumple años y no puedo estar con él. Si no fuera por la ayuda de mi mamá no podría cumplir. Me gusta esta labor, interactuar con los pasajeros, aunque hay algunos muy majaderos, fundamentalmente los fumadores, pero yo sé lidiar con ellos. Lo difícil es el bajo salario, de solo 2 mil 420 pesos, pero con las utilidades emparejamos un poco”.
Jaruco, Matanzas, Coliseo, Jovellanos son algunos de los poblados que van quedando atrás y en voz baja, para no molestar a quienes ya el sueño ha vencido, converso con José Ruiz Rosales, el conductor, la máxima autoridad en el tren.
“Tengo 56 años y llevo 41 vinculado al ferrocarril. He pasado por muchos puestos. Fíjese usted que comencé de portero en la Terminal Central y ahora soy quien hago cumplir lo establecido, incluida la velocidad a que debemos marchar”.
Y ciertamente son bastantes los detalles a tener en cuenta por Ruiz Rosales, todo ello porque las condiciones de la vía no permiten alcanzar altas velocidades. Incluso tiene que recordar a los maquinistas los cruces con otros trenes que transitan la vía. “Todo está en mis manos”, subraya con sano orgullo.
La ferromoza me anuncia el arribo a la terminal de Santa Clara. La rotura del frente de tope en La Habana provocó una tardanza de 45 minutos. Buen viaje de ida.
Mayor contratiempo, igual satisfacción
Parecería que las ferromozas emulan para ofrecer un mejor trato a los pasajeros. De regreso a la capital abordamos el tren Guantánamo-Habana y por tanto estamos en manos de una nueva tripulación. Salimos casi a las siete de la mañana.
Yurima Medina es la jefa de brigada de ferromozas por más de 10 años y Mayra Cruz Díaz, experimentada en esos trajines, antes fue pantrista en el hospital La Balear y bailarina.
En La Esperanza nos sorprende la rotura de la locomotora, lo que provoca cuatro horas de retraso. Continuamos viaje.
“Ahora tenemos mejores condiciones para trabajar, tanto por los hospedajes como por la alimentación, asevera Mayra. Además, como la sección sindical está en el taller de Luyanó, en esta brigada tenemos lo que llamamos un padrino sindical, que es el electromecánico. Él es quien se ocupa de transmitirnos toda la información sindical y cobrar la cotización”.
En horas de la tarde arribamos a la Estación Central, donde se ejecutan trabajos de remodelación. Es visible el cansancio, pero fotógrafo y reportero, complacidos por el excelente trato y por el buen viaje de regreso, nos despedimos de la tripulación. Los felicitamos por el Día del Trabajador Ferroviario (29 de enero). “Gracias, responden, ese día volvemos a estar de viaje entre Guantánamo y La Habana. Festejaremos trabajando”.