Justo Guibert Sánchez es un hombre serio. Sentado en un butacón de la oficina donde nos encontramos, percibo su mirada profunda. Observo sus callosas manos, de hombre de trabajo, de esos a los que no les gusta mucho perder el tiempo.
Tampoco disfruta dar entrevistas, aunque los amigos insistan en que su vida en los talleres ferroviarios Francisco Vega Sánchez, más conocidos como talleres de Luyanó, es reflejo de consagración y de sentido de pertenencia.
Dice que al ferrocarril hay que amarlo para tener ese deseo de permanecer toda una vida en el sector. “Llegué en 1981 y empecé como electricista. No me formé en ninguna escuela, lo que sé, lo aprendí de manera autodidacta. Me resultaba fácil. Aquí me nutrí de los conocimientos de varios compañeros de trabajo, eran muy capaces, dispuestos a enseñar, entre ellos, Sergio Cerradelo y Jorge González, ya jubilado”, afirma.
Recuerda el actual jefe de brigada de mantenimiento industrial que en el centro ha habido momentos complejos, como aquel ciclón que pasó a inicios de la década del 80 del pasado siglo. “Todo se inundó y hubo que reparar y dar mantenimiento a los equipos, pero los pusimos a funcionar.
“Esa década del 80 fue muy intensa. Hasta tuvimos la visita del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en una ocasión. Nos habló de la importancia que tenía desarrollar el ferrocarril en el país”, alega.
Justo recuerda el llamado Período Especial como la etapa más difícil del sector: muchos trabajadores de experiencia se fueron, las piezas de repuesto y equipos escasearon aún más.
Desde mucho antes comenzó su quehacer como integrante del movimiento de innovadores y racionalizadores. Ahí, en medio de esas naves que cobijan los coches de pasajeros, él ha podido comprender muy bien el impacto que tiene el bloqueo impuesto por Estados Unidos a Cuba. “Siempre hemos tenido que estar inventando para sustituir las piezas que faltan, y lograr que los equipos no se detengan y puedan funcionar con la máxima seguridad.”
“Me jubilé, pero al mes ya estaba de regreso”
A Justo le llegó el momento de la jubilación y decidió acogerse a ese derecho.
“Pensé en ir una temporada para Felicidad de Yateras, en Guantánamo, donde todavía vive mi mamá y algunos hermanos. Ahí tenemos una finca, que era de mi difunto padrastro. Tengo un sobrino que cultiva la tierra, bajo la supervisión de mi mamá. Se siembra frijoles, maíz, café, plátanos…
“Pero del taller no me dieron tiempo. Al mes me fueron a buscar y me volvieron a contratar”, señala y manifiesta que le preocupa el relevo, porque un día tendrá que irse y no aparecen los sustitutos.
“Antes mi brigada era grande, ahora solo quedan cuatro compañeros. No hay incentivo salarial, vienen algunos muchachos, pero no se quedan, buscan otra alternativa. Y ni el oficio, ni el sentido de pertenencia se logran en un día”.
En ocasión del Día del Trabajador Ferroviario, este 29 de enero, Justo Guibert recibirá la réplica de la locomotora La junta, en reconocimiento a los años entregados a este sector. Sumará a su historia de vida otro galardón, pues ya ostenta el Sello y la Condición 8 de Octubre, que otorga la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores.
El rostro de Guibert se transforma cuando habla de sus compañeros del taller. Sonríe. “Es una alegría reencontrarnos, saber que estamos bien y seguir luchando por este taller”, enfatiza y alega que va a permanecer en el centro hasta que sea necesario. “Quiero ver el desarrollo de los ferrocarriles, vamos por ese camino”.
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