La escuela no. 37 del Cerro, en La Habana, en la que estudió el niño Rubén Martínez Villena, tenía la particularidad de que contaba con una pequeña república, cuyos cargos los elegían los mismos alumnos. Admirado por sus condiscípulos, Rubén, se convirtió en su presidente.
Un día al concluir su mandato, el director del centro lo mandó a buscar a su despacho para mostrarle una carta del entonces secretario de gobernación Gerardo Machado que lo felicitaba por su ejemplar gestión al frente de la república infantil. Muy lejos estaba de imaginar el futuro tirano que años después sería Rubén quien le iba a endilgar el justificado calificativo de Asno con Garras.
Sucedió cuando la vida de Julio Antonio Mella peligraba por su prolongada huelga de hambre en protesta por su injusto encarcelamiento. Cuando Rubén, con otro compañero intercedía por el preso ante un ministro de Machado, se apareció este y en un encendido diálogo en que el sátrapa perdió los estribos surgió el famoso epíteto de Villena.
Fue precisamente su vínculo con Mella el que encaminó definitivamente las ansias de rebeldía de Rubén contra la situación imperante.
Anteriormente, en 1923, Villena escribió un poema en el que reflejaba su anhelo, su impulso de ascender y ascender hasta que pueda∕ ¡rendir montañas y amasar estrellas! En ese año protagonizó un formidable episodio recogido en la historia patria como la Protesta de los Trece, de la que se cumplen 100 años, considerada como la expresión política fundacional de los intelectuales cubanos contra la situación por la que atravesaba la nación.
De ese episodio nació el Mensaje Lírico Civil, en una parte de cuyos versos decía: Hace falta una carga para matar bribones,/
Para acabar la obra de las revoluciones; ∕para vengar los muertos, que padecen ultraje,/ para limpiar la costra tenaz del coloniaje; ∕
Para poder un día, con prestigio y razón, extirpar el Apéndice de la Constitución; ∕para no hacer inútil, en humillante suerte, ∕
El esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte; ∕para que la República se mantenga de sí/, para cumplir el sueño de mármol de Martí; ∕para guardar la tierra, gloriosa de despojos, ∕ para salvar el templo del Amor y la Fe,/ para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos/ la patria que los padres nos ganaron de pie.
Surgió también de la Protesta la Asociación de Veteranos y Patriotas, del que él fue parte de su consejo supremo y defendió la línea insurreccional. Su labor dentro de esta fue intensa. Se necesitaba un aviador que bombardeara objetivos militares en La Habana y sin haber montado nunca un aeroplano se brindó para entrenarse y así lo hizo en Ocala en tiempo récord, pero fue detenido, y el movimiento resultó un fracaso. No aceptó ayuda económica alguna para regresar a Cuba sino se empleó en una fábrica de cerveza en Tampa.
Ya en la patria pudo haber utilizado sus conocimientos de abogado para lograr una cómoda posición en la sociedad de entonces, pero prefirió ponerlos al servicio de los sindicatos y se convirtió en asesor legal de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (Cnoc).
A instancias de Mella resultó ser en uno de los profesores de la Universidad Popular José Martí, concebida en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes para difundir el saber entre los trabajadores.
Su maduración como revolucionario lo llevó a ingresar en las filas del Partido Comunista.
Tras el asesinato de Mella, en México, Rubén se alzó como figura cimera de la lucha contra el machadato.
Un hecho ocurrido en el año 1927 refleja la evolución del intelectual. Ante la idea de que se hiciera una colecta popular para publicar sus versos, o lo asumiera el conjunto de escritores, expresó: “Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social”.
Sin embargo no los abandonó totalmente como le escribió a Raúl Roa: “(…), amo la belleza aún más que antes. Pero ahora sé que, sin justicia y pan, la belleza es un remordimiento, un gravamen de conciencia… Por eso he consagrado mi vida a luchar por la justicia, el pan y la belleza”; y le aseguró al amigo: “Pues no haré un verso más como esos que hice hasta ahora. No necesito hacerlos. ¿Para qué? Ya yo no siento mi tragedia personal. Yo ahora no me pertenezco. Ya ahora soy de ellos (los obreros) y de mi Partido”.
Fue el alma de la huelga general de marzo de 1930, a despecho de la afirmación del tirano Machado que reafimó que durante su Gobierno una huelga no duraría 24 horas, y del paro general que dio al traste con el machadato en agosto de 1933.
Las últimas energías de su organismo muy debilitado por la tuberculosis las dedicó a organizar el IV Congreso de Unidad Sindical. Falleció el 16 de enero de 1934 cuando ya su obra era un éxito. Fue tendido en el Salón de Actos de la Sociedad de Torcedores y ante su ataúd desfilaron grandes masas de trabajadores quienes les rindieron guardia de honor con los puños en alto.