No sé si ha sido pura casualidad, pero en fecha reciente he vivido varias experiencias de funcionarios intermedios cuya mayor preocupación es interceptar cualquier queja que pudiera llegar a sus jefes.
El modus operandi es ofrecernos soluciones a cambio de silencio, o que al menos el problema no trascienda a los niveles superiores hasta que no esté encaminado el asunto.
Este proceder podría parecernos incluso una versión engañosa de la eficacia. ¿Para qué molestar al sacrosanto jefe, si se puede resolver la deficiencia más abajo? Al fin y al cabo, así deberían funcionar las cosas, en el lugar y el momento que corresponde, con quienes tienen en primer lugar la obligación de hacerlo.
Sin embargo, se torna sospechosa esa vocación por mantener desinformado al que está arriba. Que el jefe no se entere se convierte en el objetivo fundamental, en lugar de profundizar en las causas, las condiciones y los métodos de trabajo para que la dificultad no se repita.
El propósito no puede ser entonces atajar que la mala noticia trascienda, aunque sea con una salida a medias, porque luego eso puede volverse contra quienes intentaron echarle tierra a la cuestión y se conformaron con el remedio coyuntural.
Por supuesto, hay jefes que no se dejan pasar gato por liebre, y abren múltiples vías de comunicación para saber lo que en verdad pasa en las actividades bajo su responsabilidad.
Si cumplen su función como es debido, son dirigentes que estimulan y no coartan a las personas que les hacen llegar la información precisa y necesaria.
Aunque me temo que también existen quienes prefieren contar con subordinados diligentes que les sirvan de barrera y los protejan de enterarse de que algo anda mal.
Eso ocurre cuando se recrimina a la persona que denuncia o trasmite una preocupación, y por carambola también al eslabón que permitió o no pudo impedir que el problema le llegara a él o ella, ese jefe o jefa a quien no se le debe molestar bajo ningún concepto.
Poco favor se hace quien trata de que los de arriba no sepan y más todavía quien no quiere saber. Estos son tiempos de contrastar información, buscarla y analizarla bien, como herramienta para la dirección.
Cerrar compuertas, irritarse o ponerse vendas ante las situaciones difíciles solo resulta en un agravamiento de esas circunstancias o en la riesgosa posibilidad de trasladar la crisis para un poco más adelante, con mayores efectos negativos.
Y la persona que detecta el problema o busca su solución tampoco tiene por qué conformarse con una simple curita momentánea, si tiene la oportunidad y siente el deber conseguir un cambio más sólido y duradero. Al fin y al cabo, mientras más jefe es un jefe, mejor valora tener todo el conocimiento sobre la labor que dirige, para hallar las salidas correctas y de mayor integralidad.
Nunca pensemos entonces que lo mejor es que el jefe no se entere, ni contribuyamos a ello. Al contrario, hagámosle saber, para que todo el mundo pueda hacer mejor su trabajo.