Tenía 18 años cuando se enteró de la huida del tirano Fulgencio Batista y como tantos otros habaneros se lanzó a la calle, donde la alegría del pueblo era inmensa y en todos latía la esperanza de que comenzaba una Cuba nueva.
Roberto Cuesta Piz, negro, hijo de un humilde zapatero y de una trabajadora doméstica, y con una numerosa familia campesina que se hacinaba en un solar de Buena Vista, en la entonces región capitalina de Marianao, hasta entonces solo había conocido la miseria y la falta de oportunidades.
Todavía le dolía la pérdida de un hermanito de 2 años enfermo de pulmonía quien careció de atención médica, mientras él, al no contar con empleo fijo, se procuraba el sustento con lo que apareciera: vendiendo periódicos, billetes de lotería, flores artificiales para el Día de las Madres, limpiando autos y escaleras…
Sin embargo su afán de superación lo llevó a apuntarse como oyente en el Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao, donde conoció y admiró al presidente de la Asociación de Estudiantes Manolito Aguiar, a quien acompañó en manifestaciones estudiantiles contra la dictadura.
Precisamente el primero de enero de 1959 recordó su asesinato, apenas dos meses antes, y pensó que esa historia de represión y crimen que se ensañaba con la juventud había quedado atrás.
Si el momento del triunfo lo llenó de emoción, le esperaba todavía otro acontecimiento aun más impactante: la llegada de la Caravana de la Libertad con Fidel al frente, a quien tuvo la oportunidad de saludar en medio de una inmensa multitud desbordante de júbilo, y sus ojos parecen brillar cuando evoca el privilegio que tuvo de escuchar su primer discurso a los habaneros en el otrora cuartel de Columbia convertido luego en Ciudad Libertad y oírle decir que era el pueblo el que había ganado la guerra.
Y en sus recuerdos surge aquel inesperado diálogo que interrumpió las palabras del jefe de la Revolución cuando preguntó: ¿Voy bien, Camilo? Y la respuesta del aludido: Vas bien, Fidel.
Ciertamente, a pesar de las dificultades por venir, a partir de aquel enero la vida de todos iba a cambiar radicalmente, solo había que trabajar mucho como dijo el Comandante en Jefe.
Revolucionario, sindicalista, comunista…
Ante mí un hombre alto y delgado que contradice sus 81 años con su envidiable memoria que hace surgir con rapidez lugares, nombres, sucesos. Con voz segura y bien timbrada “navega” desde el pasado más lejano hasta el presente, desde la adolescencia hasta la actualidad, con la misma energía que lo ha caracterizado siempre y lo ha llevado a mantenerse dinámico no obstante su avanzada edad.
“Inmediatamente me incorporé a las tareas de la Revolución, fui alfabetizador de las Brigadas Patria o Muerte, organizadas por la CTC, en las milicias me tocó ser político de una compañía de ametralladoras, me movilizaron cuando la agresión a Playa Girón”… comenta sobre una historia vivida por muchos jóvenes de su generación comprometidos con su tiempo.
Y fue en el año 1961 su temprano estreno como dirigente sindical. ¿Quién le iba a decir a aquel muchacho que llegaría a ser durante 32 años miembro del Secretariado Nacional del Sindicato de Trabajadores de la Administración Pública, que iba a participar como delegado desde el XIII Congreso de la CTC hasta el XVIII y que conquistaría la condición de militante del Partido Comunista que ostenta con orgullo desde hace más de medio siglo después de haber pasado por las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas?
“Mi papá, quien laboraba como jardinero, en áreas verdes en la región de Marianao, me llevó a trabajar allí. Pronto me designaron secretario de actas de la sección sindical, después pasé a secretario de ahorro en Marianao y finalmente me eligieron secretario general del Sindicato de la Administración Pública en la región”, precisa.
De Lázaro Peña le había hablado mucho un primo hermano de su mamá que era militante del Partido Socialista Popular y a quien Cuesta ayudaba con la venta de Carta Semanal, la publicación clandestina del Partido. Y había admirado al Capitán de la Clase Obrera en las reuniones de los consejos nacionales que antes se celebraban por sindicato.
En una ocasión, cuando con otros sindicalistas estaba en la CTC enfrascado en el chequeo diario de la marcha de la batalla por el sexto grado, se apareció Lázaro, a quien el joven le dijo que tenía una inquietud. Al este preguntarle de qué se trataba le respondió:
“Pues me parece que este chequeo no debe ser diario —opinó Cuesta—. ¿Para qué tenemos teléfono? Y una vez por semana podemos venir con un resumen.
“Creo que el muchachito está hablando claro, dijo Lázaro, él pierde un par de horas al venir aquí, está al frente de un sindicato nuevo que abarca desde Marianao hasta Santa Fe. Se puede chequear la tarea si se llama dos veces por semana y el viernes se hace un resumen”.
Cuando en el XII Congreso de la CTC se eliminaron las estructuras sindicales, Cuesta se empleó en el Instituto Nacional de la Pesca donde se ganó la militancia del Partido y realizó otros trabajos hasta que la comisión organizadora del XIII Congreso lo “rescató” para el movimiento sindical.
En vísperas del Congreso cuando se discutían temas tan candentes como la eliminación de la Ley 270, según la cual los vanguardias se podían jubilar con el ciento por ciento de su salario, carga que la economía no podía soportar, Cuesta tuvo la oportunidad, con otros dirigentes sindicales de dialogar con Lázaro.
“Este y otros asuntos de la agenda eran bien complejos, pero Lázaro supo abordarlos magistralmente, con argumentos contundentes, primero para convencernos a nosotros y después a los trabajadores.
“Nos satisfizo enormemente ver que en el Congreso Lázaro fue aprobado como secretario general por unanimidad y recibido con una gran ovación”.
En el año 2004 Cuesta pidió la liberación como dirigente del Sindicato Nacional de la Administración Pública pero no se apartó de la CTC: lo nombraron director del hotel Girasol perteneciente a la Central y después trabajó junto a Ramón (Ramonín) Cardona Nuevo, en la secretaría para América Latina y el Caribe de la Federación Sindical Mundial (FSM) radicada en La Habana.
Jubilado pero sin perder los bríos
“En el 2011 mi jubilé y vine al Sindicato Nacional de Administración Pública a trabajar voluntario en la comisión encargada de atender a los jubilados y pensionados del sector. Pero pronto me pidieron que fuera el administrador del Sindicato y aquí estoy, siempre dispuesto a asumir lo que sea necesario”.
Hablar de Cuesta en la CTC es sinónimo de un hombre laborioso, eficaz y consagrado a la labor sindical. Su bien ganado prestigio nació en aquel enero en que quedó atrás una juventud sin esperanzas para dar paso al batallador que no perdió los bríos con los años y siempre dijo sí a las tareas propuestas.
De él se puede decir, como expresó Martí: “Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás”.