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El gusto por ser útil

Tenía 18 años cuando se enteró de la huida del tirano Fulgencio Batis­ta y como tantos otros habaneros se lanzó a la calle, donde la alegría del pueblo era inmensa y en todos latía la es­peranza de que comenzaba una Cuba nueva.

 

Cuesta con su esposa. Para él constituyó una escuela haber tenido la posibilidad de trabajar con el maestro de cuadros sindicales Lázaro Peña, y con Jorge Lezcano Pérez, quien fuera secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Administración Pública. Foto: Alejandro Acosta

 

Roberto Cuesta Piz, negro, hijo de un humilde zapatero y de una trabajadora doméstica, y con una numerosa familia campesi­na que se hacinaba en un solar de Buena Vista, en la entonces región capitalina de Marianao, hasta entonces solo había conoci­do la miseria y la falta de oportu­nidades.

Todavía le dolía la pérdida de un hermanito de 2 años en­fermo de pulmonía quien careció de atención médica, mientras él, al no contar con empleo fijo, se procuraba el sustento con lo que apareciera: vendiendo periódi­cos, billetes de lotería, flores arti­ficiales para el Día de las Madres, limpiando autos y escaleras…

Sin embargo su afán de supe­ración lo llevó a apuntarse como oyente en el Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao, donde conoció y admiró al presidente de la Asociación de Estudiantes Manolito Aguiar, a quien acom­pañó en manifestaciones estu­diantiles contra la dictadura.

Precisamente el primero de enero de 1959 recordó su asesina­to, apenas dos meses antes, y pen­só que esa historia de represión y crimen que se ensañaba con la ju­ventud había quedado atrás.

Si el momento del triunfo lo llenó de emoción, le esperaba to­davía otro acontecimiento aun más impactante: la llegada de la Caravana de la Libertad con Fidel al frente, a quien tuvo la oportunidad de saludar en medio de una inmensa multitud desbor­dante de júbilo, y sus ojos parecen brillar cuando evoca el privilegio que tuvo de escuchar su primer discurso a los habaneros en el otrora cuartel de Columbia con­vertido luego en Ciudad Libertad y oírle decir que era el pueblo el que había ganado la guerra.

Y en sus recuerdos surge aquel inesperado diálogo que in­terrumpió las palabras del jefe de la Revolución cuando preguntó: ¿Voy bien, Camilo? Y la respuesta del aludido: Vas bien, Fidel.

Ciertamente, a pesar de las dificultades por venir, a partir de aquel enero la vida de todos iba a cambiar radicalmente, solo había que trabajar mucho como dijo el Comandante en Jefe.

 

Revolucionario, sindicalista, comunista…

Ante mí un hombre alto y delga­do que contradice sus 81 años con su envidiable memoria que hace surgir con rapidez lugares, nom­bres, sucesos. Con voz segura y bien timbrada “navega” desde el pasado más lejano hasta el pre­sente, desde la adolescencia hasta la actualidad, con la misma ener­gía que lo ha caracterizado siem­pre y lo ha llevado a mantenerse dinámico no obstante su avanza­da edad.

“Inmediatamente me incor­poré a las tareas de la Revolución, fui alfabetizador de las Brigadas Patria o Muerte, organizadas por la CTC, en las milicias me tocó ser político de una compañía de ametralladoras, me movilizaron cuando la agresión a Playa Gi­rón”… comenta sobre una histo­ria vivida por muchos jóvenes de su generación comprometidos con su tiempo.

Y fue en el año 1961 su tem­prano estreno como dirigente sin­dical. ¿Quién le iba a decir a aquel muchacho que llegaría a ser du­rante 32 años miembro del Secre­tariado Nacional del Sindicato de Trabajadores de la Administra­ción Pública, que iba a participar como delegado desde el XIII Con­greso de la CTC hasta el XVIII y que conquistaría la condición de militante del Partido Comunis­ta que ostenta con orgullo desde hace más de medio siglo después de haber pasado por las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas?

 

Momento en que la entonces secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Administración Pública, Diana María García, anunció la liberación de Cuesta como miembro de su Secretariado. Foto: Cortesía de Roberto Cuesta Piz

“Mi papá, quien laboraba como jardinero, en áreas verdes en la región de Marianao, me lle­vó a trabajar allí. Pronto me de­signaron secretario de actas de la sección sindical, después pasé a secretario de ahorro en Marianao y finalmente me eligieron secre­tario general del Sindicato de la Administración Pública en la re­gión”, precisa.

De Lázaro Peña le había ha­blado mucho un primo hermano de su mamá que era militante del Partido Socialista Popular y a quien Cuesta ayudaba con la ven­ta de Carta Semanal, la publica­ción clandestina del Partido. Y había admirado al Capitán de la Clase Obrera en las reuniones de los consejos nacionales que antes se celebraban por sindicato.

En una ocasión, cuando con otros sindicalistas estaba en la CTC enfrascado en el chequeo diario de la marcha de la batalla por el sexto grado, se apareció Lázaro, a quien el joven le dijo que tenía una inquietud. Al este preguntarle de qué se trataba le respondió:

“Pues me parece que este che­queo no debe ser diario —opinó Cuesta—. ¿Para qué tenemos te­léfono? Y una vez por semana po­demos venir con un resumen.

“Creo que el muchachito está hablando claro, dijo Lázaro, él pierde un par de horas al venir aquí, está al frente de un sindi­cato nuevo que abarca desde Ma­rianao hasta Santa Fe. Se puede chequear la tarea si se llama dos veces por semana y el viernes se hace un resumen”.

Cuando en el XII Congreso de la CTC se eliminaron las estruc­turas sindicales, Cuesta se empleó en el Instituto Nacional de la Pes­ca donde se ganó la militancia del Partido y realizó otros trabajos hasta que la comisión organizado­ra del XIII Congreso lo “rescató” para el movimiento sindical.

En vísperas del Congreso cuando se discutían temas tan candentes como la eliminación de la Ley 270, según la cual los van­guardias se podían jubilar con el ciento por ciento de su salario, carga que la economía no podía soportar, Cuesta tuvo la oportu­nidad, con otros dirigentes sindi­cales de dialogar con Lázaro.

“Este y otros asuntos de la agenda eran bien complejos, pero Lázaro supo abordarlos magis­tralmente, con argumentos con­tundentes, primero para conven­cernos a nosotros y después a los trabajadores.

“Nos satisfizo enormemente ver que en el Congreso Lázaro fue aprobado como secretario ge­neral por unanimidad y recibido con una gran ovación”.

En el año 2004 Cuesta pidió la liberación como dirigente del Sindicato Nacional de la Admi­nistración Pública pero no se apartó de la CTC: lo nombraron director del hotel Girasol perte­neciente a la Central y después trabajó junto a Ramón (Ramo­nín) Cardona Nuevo, en la secre­taría para América Latina y el Caribe de la Federación Sindical Mundial (FSM) radicada en La Habana.

 

Jubilado pero sin perder los bríos

“En el 2011 mi jubilé y vine al Sindicato Nacional de Adminis­tración Pública a trabajar volun­tario en la comisión encargada de atender a los jubilados y pensio­nados del sector. Pero pronto me pidieron que fuera el adminis­trador del Sindicato y aquí estoy, siempre dispuesto a asumir lo que sea necesario”.

Hablar de Cuesta en la CTC es sinónimo de un hombre labo­rioso, eficaz y consagrado a la labor sindical. Su bien ganado prestigio nació en aquel enero en que quedó atrás una juventud sin esperanzas para dar paso al ba­tallador que no perdió los bríos con los años y siempre dijo sí a las tareas propuestas.

De él se puede decir, como expresó Martí: “Las cosas bue­nas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha he­cho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás”.

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