La república que soñó José Martí, la que vislumbró en su desvelo útil y luminoso, es la aspiración suprema de la nación: Cuba con todos y para el bien de todos.
El Apóstol es guía del empeño de un pueblo por consolidar su libertad plena, por lograr la prosperidad que merece, por alcanzar toda la justicia. El ideario martiano —y su proyección extraordinaria en el pensamiento y el ejercicio de valiosos ciudadanos— marca un camino. José Martí no da todas las respuestas, pero sí deviene paradigma ante los desafíos de la contemporaneidad. Se precisa una lectura dialéctica.
Este año se cumple el aniversario 170 del natalicio de la figura más prominente de la historia nacional, del más universal de todos los cubanos, según diáfano consenso. Fue el político preclaro y el poeta inspirado; el combatiente esforzado y el soñador impenitente.
Cuba lo evocará con un programa que incluye acciones en cada uno de los ámbitos de la vida social. Pero Martí es una necesidad permanente, no será nunca celebración puntual, acto desprovisto de implicaciones prácticas.
Hay que leer a Martí, hay que estudiarlo, hay que hacerlo materia germinal del proyecto del país que queremos, que concretaremos todos.