Justo cuando ocurre la arrancada de los centrales azucareros concebidos para esta zafra, Trabajadores dialoga con este hombre de las cañas
“Me gusta esa vieja. Le conozco sus curvas y desperfectos, sus mañas, las cosquillas y soy el único que la maneja”. Renán Cabrera Franco habla sin rubores, con esa limpieza en la mirada que expresan quienes cumplen bien la obra de la vida.
Él no nació millonario; desde joven conoció los rigores del trabajo fuerte del campo, de los cañaverales, que forjan hombres buenos, sobre todo si llevan un experimentado conductor: bajo la égida del padre y para ayudar al sostén de la familia hizo su primera zafra.
“Fui como machetero, estando en el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT)”, remonta el tiempo: “El viejo, que había sido carretero (lleva carretas tiradas por bueyes), era operador de tractor; me sentaba a su lado y me enseñaba a manejar y a trastearlo.
“Vivíamos en La Teresa, yo era de los menores de 13 hijos; Gina es la menor”. “Ese viejo era tremendo”, susurró, y responde: “No, ¡mi madre!; la vieja mecía a uno con el pie y a otro con la mano, imagínate…, los seis varones trabajamos en la caña y mi hijo mayor es operador de combinada”.
Maliciosa, inquiero si continuó la herencia de los padres respecto a los hijos y dice, con una mezcla de orgullo y pesar: “Tengo tres, y la hembra se me murió con 34 años”.
Ahora reside en la comunidad de Las Palmas, de Fallas para adentro, en Chambas, Ciego de Ávila. “Disfruto el campo, la tranquilidad, las casitas separadas las unas de las otras, la llegada del trencito a aquel lugar remoto y la bondad de las personas que lo habitan”.
Bondad que Renán Cabrera lleva en el alma y le sale de franco, como su apellido. A pocos minutos de conversar con él ya entras a su hogar; sus ojos brillan y su voz es enérgica cuando cuenta sus hazañas como operador de combinada, en un oficio que le ha ocupado la mayor parte de sus años; que entristecen al hablar de su joven hija fallecida, de su esposa enferma y hasta de la posibilidad de tener que aplazar el trabajo por algún tiempo.
Renán no es joven, pero revive con ánimo y entusiasmo al comentar sobre la zafra, que estaba próxima. Fue en octubre, mes en que el Sindicato Azucarero dedica un día para homenajear a sus trabajadores; me dijo que ya su hijo andaba en los trajines de reparar la combinada, la KTP-2M con la que ha hecho las zafras.
“Me gusta esa vieja”, insiste y argumenta. “Es una vieja ‘acotejá’; la remotorizaron en el año 1997 con un motor chino muy económico, además de que la cuido, ahorro y guardo todas las piezas y las cosas usadas. El mecánico es el muchacho quien, que le pasa la mano constantemente”.
Otra de las ventajas para lograr que su KTP trabaje siempre es porque tiene un operador; las nuevas (Cate brasileñas) tienen tres, uno en cada turno, y “en eso sigo el dicho de que ni la mujer ni el carro se prestan, no todos trabajamos igual”.
Tres atributos que coinciden pocas veces
Dos días después de que lo conocimos Renán Cabrera Franco recibió otro de los títulos conquistados, sin proponérselo, como hacen los que consagran su vida al trabajo, con el fervor de los grandes: el de Cincuentenario del Azúcar.
Un hombre que recién cumplió 67 años y trabaja desde los 15 en la cosecha de caña bien merecía el Sello que anualmente otorga el Sindicato Nacional de Trabajadores Azucareros a quienes se entregan por 50 o más años a las labores del sector.
Renán ha mantenido su oficio desde entonces: una zafra como machetero, cuatro como operador de alzadoras y el resto sobre su KTP-2M. “Nunca me he enfermado ni he perdido una zafra; otros se van y viran, a mí me gusta lo que hago; no me entran ni los virus, como de todo y cuando me siento matungo tomo un mejunje o cocimiento con plantas medicinales y estoy de pelea”.
Tenía 42 años cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz colocó en su pecho la estrella dorada, símbolo del Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Pocos la reciben con su edad.
No se embelesó con ella; la ama y la porta con hidalguía, mas, continúa a su ritmo. Cuando se le pregunta por qué ha ganado tales títulos responde sin titubear: “Por lo que he trabajado”.
Entonces, con la autoridad de sus avales, hace guiños al desempeño de la zafra: “Están flojas, antes me cogían las dos de la madrugada cortando caña, a veces iban a buscarme a la casa para seguir el corte y mantener el abasto de materia prima al central.
“La caña pesaba, ahora parecen güines, cuesta mucho juntar un millón de arrobas; lo peor es la picapica (cajeta de un bejuco que esparce una sustancia urticante al secarse), es más mala que la santanica (hormiga pequeñita) y no hay productos químicos para matarla; cuando te agarra y te entra esa picazón dan ganas de salir corriendo, de meterte en un arroyo, aunque no es alivio tampoco”.
Para reunir algunos de los millones que Renán ha derribado hacen falta salud, alimentación, compromiso y entusiasmo. Por sus méritos a él le dieron una vivienda en Las Palmas, “la casa está buena, pero se moja”; y me pide discreción, no quiere molestar para que lo ayuden a solucionar el desarreglo.
“Para mí es costumbre, no duermo en la zafra. Me voy a las cuatro de la madrugada y a veces regreso a las doce de la noche. Cuando no estoy en los cañaverales estoy en el taller reparando la combinada; cambiamos alguna pieza; un rodamiento aguanta un mes o hasta que entren los nuevos, le damos mantenimiento: se lava y se engrasa para que funcione mejor.
“Antes la emulación marcaba el primer paso del millón (arrobas derribadas), el segundo paso y así hasta conseguirlo. Iban la Federación de Mujeres Cubanas, los pioneros, llevaban un cake, te hacían un agasajo; ya no dan ni diplomas”.
¡Sus 80 millones!
“En una de aquellas zafras de la década de los años ochenta derribé 3 millones de arrobas, la cifra más alta, con una caña Mayarí que parecía caña brava, antes estaban la Jaronú y otras variedades muy buenas, hoy las que existen pesan muy poco.
“Tengo ¡80 millones cortados!”. Mis ojos se abren al escuchar la cifra, y como ráfaga pregunto cuánto gana. “Según lo que pique; en tiempo muerto unos mil 500 pesos por quincena, en zafra más de 4 mil”. Le comento que en la actual proponen 8 mil, conforme al último pleno nacional del Sindicato. “Es poco, eso no da para vivir actualmente”, afirma.
Lo distraigo. Hablo de su nieta Ivelise Romero, que vive con él y ya tiene once años. Le digo: ella estará feliz con un abuelo millonario; él echa la cabeza hacia atrás en tono de broma o negación y aclara, “Sí, millonario del movimiento emulativo de la zafra”.
Pocas veces atributos coincidentes definen una vida: Renán Cabrera Franco es, en este orden, Millonario, Héroe y Cincuentenario, privilegio y certeza para un hombre de las cañas.