No es lo mismo ni se escribe igual: lo probable y lo posible en el año 2023 debemos verlos como dos categorías diferentes, cuya comprensión por nuestra parte determinará que, efectivamente, el próximo año sea mejor que este tan difícil que ya casi termina.
Todas las probabilidades apuntan a que el país deberá enfrentar todavía condiciones muy adversas para su desenvolvimiento. Por ahí están las cifras, apabullantes, de cuántos cientos de millones de dólares más nos costará la importación de alimentos y de combustibles, por solo citar un ejemplo.
También hay pronósticos positivos, como el esperado crecimiento a casi el doble del número de visitantes internacionales, de acuerdo con las tendencias mundiales de lenta reactivación en la actividad turística, y a nuestra preparación para recibirles.
Pero como dijera el vice primer ministro titular de Economía y Planificación Alejandro Gil Fernández en la Asamblea Nacional del Poder Popular, los turistas no están ya en Cuba, hay que salirlos a buscar, venderles nuestras ofertas, lograr que vengan, conseguir su satisfacción y deseo de repitencia.
Lo mismo ocurre con el resto del plan de la economía. Las exportaciones de bienes y servicios previstas hay que producirlas y prestarlas. Los incrementos en nuestras producciones nacionales, ya sean industriales y agropecuarias, dependerán no solo de garantizar insumos y recursos financieros, sino de que en efecto las trabajemos en la fábrica y en el campo.
Mejores condiciones para hacerlo, incluso en el plano de las relaciones con nuestros principales socios económicos y comerciales, son al parecer otra certeza, según la evaluación muy favorable que existe de las recientes giras del Presidente de la República por importantes regiones del mundo.
Por eso lo posible es mucho más que lo probable. Ese año 2023 mejor que tanto ansiamos vuelve a incorporar, como decía un antiguo jefe mío, a la guapería como una categoría del plan. Lo que seamos capaces de hacer como trabajadores y pueblo en general determinará en gran medida que haya un resultado más o menos exitoso.
La exigencia en el plano interno tampoco tiene un porcentaje planificado, pero si no la multiplicamos al doble o al triple, no habrá chance para aterrizar las otras estimaciones. Porque nadie duda de los terribles efectos del recrudecimiento del bloqueo, pero ese perro nos ladra y muerde hace ya más de 60 años y nada avizora que vaya a movernos la cola amablemente el próximo año.
Tenemos entonces que resolver las deficiencias en el sistema empresarial, los defectos al aplicar las políticas para los nuevos actores económicos, y como decía también ante el Parlamento el secretario general de la CTC, Ulises Guilarte De Nacimiento, “escuchar a la gente, beber de la sapiencia popular, con propuestas concretas que contribuyan a que se materialicen las medidas para favorecer el desarrollo económico”.
Y podemos entenderlo o no, seguirles o no el juego a las campañas mediáticas contra Cuba que buscan confundirnos y disgustarnos cuando logramos exportar o vender en moneda convertible, aunque sea un aguacate o una lata de cerveza, pero lo cierto es que este país tiene que lograr captar más divisas, para mantener lo que tenemos y mejorarlo, incluso al costo de no poder quedarnos con todo lo que quisiéramos y necesitamos.
Por último están también las pillerías, esas que muchas veces agravan los obstáculos de lo probable, pero que sí está dentro de lo posible atajarlas y combatirlas sin cuartel. Hay que seguir dándoles “jan” —como decían los viejos— a especuladores, revendedores y bandidos que inflan los precios y sus billeteras a costilla de la gente humilde y trabajadora.
Venga la esperanza entonces, como dijo el poeta y reiteró el Presidente Díaz-Canel hace solo unos días, al citar aquella canción que también pide —no lo olvidemos— que “ruja el motor”.