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El Festival de la resistencia creativa

Ha concluido en La Habana la edición 43 de una de las más populares citas de la cultura cubana. «Cine a lo grande»: el eslogan que identificó este año al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano pudo resultar paradójico si tenemos en cuenta que esta ha sido, probablemente, la más pequeña de las ediciones del encuentro… asumiendo la cantidad de salas y de las cintas seleccionadas.

 

El Festival presenta una recreación inspirada y comprometida de un contexto complejo, desafiante. Fotograma de Tres tristes tigres, filme brasileño dirigido por Gustavo Vinagre

 

Y sin embargo, fue un buen festival.

Lo fue por la importancia de una convocatoria en momentos particularmente difíciles para la nación. En tiempos de crisis económica, una lógica decididamente pragmática aconsejaría suspender la mayoría de las celebraciones culturales, al menos las que no reporten significativos ingresos.

Pero el país no ha renunciado a su política cultural, aunque haya atemperado determinados eventos. Ha sido el caso del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Celebrarlo contra todos los obstáculos ha sido una apuesta por el arte, un reconocimiento a su extraordinario valor en el entramado social.

No es tiempo de grandes eventos. Es tiempo de eventos bien pensados, bien organizados. Calidad, más que cantidad. Eficacia, más que engañosa masividad. Utilización racional e intencionada de los recursos con que se cuenta.

Pero este no puede ser solo un análisis económico (lo que no significa que se ignore la importancia de la economía de la cultura). El Festival promueve un ejercicio creativo, consolida espacios para el diálogo, vislumbra consensos, estimula debates necesarios. Su principal capital es simbólico. Su ámbito es el de las ideas.

Por eso hay que defender un Festival apegado a concepciones progresistas (auténticamente progresistas, no es cuestión de simples fachadas) del arte cinematográfico.

 

Muchas de las películas profundizaron en conflictos latentes en las sociedades latinoamericanas, pero sin renunciar al lirismo y las búsquedas formales del mejor cine. Fotograma de La caja, cinta mexicana dirigida por Lorenzo Vigas.

No es que el mejor cine deba darle la espalda al mercado. Lo imprescindible es encontrarle un mercado al mejor cine. De manera que el arte no sea rehén de las lógicas mercantiles.

Hay en este continente (y en el mundo todo) un cine que va más allá de la simplicidad de unas cuantas fórmulas funcionales. Un cine incómodo y sugerente. Una creación que ahonda en conflictos, que se compromete con un contexto, que alumbra ciertas áreas en penumbras de eso que llamamos «la realidad».

Y hace todo eso sin renunciar a la maravilla del arte, a su capacidad de seducir y enriquecer espiritualmente, a la permanente búsqueda de la belleza.

Ese es el cine que propone este Festival, ese es el cine que premia.

Hay una clara voluntad institucional de respaldar la plena libertad creativa, de sostenerla y garantizarle. Se propician visiones múltiples y cuestionadoras. Y eso se ha hecho evidente en la programación de la cita. Más concentrada, pero contundente.

Hay cierto debate sobre el nombre de la cita: ¿en qué sentido es nuevo el cine latinoamericano que se presentó por estos días en La Habana?

Quizás no lo sea desde una valoración meramente estilística, o en el concepto de un movimiento artístico homogéneo. Pero sí lo es por sus implicaciones temáticas, ideológicas.

La Habana tiene que seguir siendo plaza privilegiada para ese cine.

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