Bailar en puntas ha sido un arte que en Camagüey ha ganado protagonismo desde las primeras décadas del siglo XX, según cuentan los especialistas, gracias a la escuela de Gilda Zaldívar y el Salón de Ballet del Colegio Privado Zayas, fundado por la pedagoga Ondina Montoya
Luego, gracias al ímpetu de la joven Vicentina de la Torre Recio, quien también estudió ballet en la escuela de Alicia Alonso, la especialidad avanza hasta crearse una compañía camagüeyana.
Es así que el primero de diciembre de 1967 se logra el sueño y nace la Compañía de Ballet de Camagüey.
Para la década de los 70 la dirección de la agrupación se le confió al maestro Fernando Alonso, quien, según aseguran expertos, logró el perfeccionamiento profesional de la compañía, sin perder los desafíos estilísticos que la habían caracterizado. Más tarde asumen, primero, Jorge Rodríguez y, luego, la maître Regina Balaguer, quien ya cumple 25 años en esa función.
Trabajar y trabajar
La compañía agramontina se ha caracterizado por su baile particular, por sortear cuantas barreras se le impongan, pero, como asegura su directora, «nunca nos hemos detenido.
«Son 55 años de mucho trabajo, de sinsabores, pero también de logros, de muchos estrenos. Toda esta entrega es la fórmula que nos ha permitido permanecer este tiempo».
Acela Piña Montoya, exbailarina de la compañía y quien ahora es parte del claustro de profesores de la academia Vicentina de la Torre, repasa el pasado. «El Ballet de Camagüey, dice, ha vivido de todo. Etapas, incluso, en las que tuvieron pocos bailarines, pues el éxodo de profesionales es una característica mundial. Pero nada los ha detenido».
Ellos se renuevan y buscan en las graduaciones la generación del futuro. Además, la motivación fundamental del Ballet siempre ha sido la superación técnica y profesional de sus miembros.
Por eso, se caracterizan por variar su repertorio y entregar obras nuevas a su público. Eso, los mantiene vivos, aunque para ello practiquen sin música, como lo hicieron este año.
El trabajo del Ballet es ese, avanzar con los tiempos, mantener principios estéticos y preceptos de la escuela cubana, pero además, mezclarlo con creaciones nuevas.
Quizás por ello, los jóvenes Shirley Suárez Huerta y Harold Báez Corona se sienten como en casa. Ambos, sin casi experiencia profesional, ya protagonizan puestas en escena y aunque saben de la responsabilidad que implica, entienden «que cuando prima la pasión y la entrega, todo es posible».
Fue así que, a pesar de las complejidades electroenergéticas, para el cumpleaños 55 el Ballet mostró una suite de El Cascanueces, del coreógrafo Norbe Risco, director del Ballet de Kentucky.
En la memoria de todos aún está Cantata, Giselle, El Lago de los cisnes, por eso se sabe que vendrán más obras, más alegrías.
Y es que como explicó Tamira González Jiménez, directora provincial de Cultura, para todos el Ballet agramontino es una compañía con prestigio nacional e internacional.
«Son muchachos, alega, que incluso sin condiciones hacen cosas importantes. Ellos son una obra creada por Fidel, por la Revolución y lo demuestran día a día».
El Ballet de Camagüey no baila por el mero hecho de hacerlo; bailan por la historia que los trajo hasta aquí, por su público. Es una manera de vivir y de mostrar orgullo.