La noche trajo la noticia. Ronaldo Veitía murió. Y el duro titular es cierto, aunque muchos siempre albergaron la esperanza que su retorno a La Habana en octubre pasado, tras un largo período hospitalario en España, le devolvería más vida y salud para ver llegar el 2023.
Pero su cuerpo no resistió. Para quienes lo conocimos sabemos que la pérdida de su esposa Mercedes un año atrás le afectó sobremanera. Al final, con 75 años cumplidos, Veitía encumbró una historia cargada de luces, de ippones, y también de lógicas sombras que todos los seres humanos cargan cuando están tantos años al frente de una tarea.
Él dirigió a mujeres judocas por más de 30 años. Saboreó el placer de darle a Cuba cinco campeonas olímpicas y 10 platas e igual cantidad de bronces en las citas de los cinco aros. Incluso tuvo el privilegio de dirigir la victoria por países en Sydney 2000 cuando nadie pensaba que una nación de América, pobre y subdesarrollada, podía hacerlo ante japonesas, chinas, francesas y compañía.
También a nivel de campeonatos mundiales sembró una estela de podios que llegaron a 16 oros, 15 platas y 27 de bronce. No detallo los títulos panamericanos y centroamericanos porque desde 1987 hasta su retiro en el 2015 siempre regresó con sus muchachas en la cima. Trabajaba como un consagrado y por eso mereció esas preseas y el Título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Cada uno podrá tener miles de anécdotas buenas, malas y regulares que contar de Veitía. Sin embargo, en momento de dolor y tristeza sincera bastaría una de las tantas que viví en más de 20 años de periodismo. Sucedió cuando me pidió escribir el prólogo de uno de sus últimos libros. Me contó cosas de sus padres Oscar y Zenaida, de quienes nunca acostumbraba a hablar con soltura.
“De mi papá aprendí que nada es más importante en la vida que tener disciplina. De mi mamá que nunca sería disciplinado si no trabajaba con fe. Por eso traté de inculcarle a cada equipo disciplina y trabajo. Me equivoqué muchas veces y viví momentos grandiosos, pero en una ocasión ellos me regalaron la mejor enseñanza de la vida.
“Les dije que quería dejar el judo y concentrarme en ayudarlos en la casa a trabajar, a ganar dinero. Oscar se levantó y me dijo “el entrenamiento no tiene fraude”. Zenaida se levantó de la mesa y me regaló otra frase: “el campeón se distingue hasta en el caminar”. Las dos ideas las asumí desde ese momento hasta el último día que me toque estar en la tierra”.
Con ellos dos en su pensamiento. Y con toda la familia del judo cubano, Veitía se despidió. Hoy es un día sin ippones.