Ha comenzado en La Habana la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, cita emblemática de la cultura cubana. Son otros los tiempos. Es otro el Festival: menos salas de proyección, una selección fílmica más reducida…
Pero buena parte del espíritu fundacional está intacto: se trata aquí de resaltar los valores del cine que se acerque con más hondura, compromiso y vuelo estético al singularísimo contexto latinoamericano; a la historia y la cultura de la región, a los desafíos y realizaciones de los pueblos; a las tristezas, las violencias, las alegrías de un continente pujante.
Eso ha hecho por más de cuatro décadas el Festival, sin olvidar su apuesta por mostrar un panorama de la producción cinematográfica más contemporánea —atendiendo más a las calidades que a los móviles meramente comerciales—, y el homenaje permanente a grandes maestros del séptimo arte.
Prohibido olvidar
La película que abrió la cita, Argentina, 1985, de Santiago Mitre, es muestra de esa revisión permanente a la que muchos de los realizadores de este lado del Atlántico someten a la historia.
La frase que pronuncia en su acusación el fiscal Julio César Strassera en el juicio contra los máximos responsables de la más reciente dictadura militar argentina —“Nunca más”— es una exhortación a las recientes jóvenes generaciones.
La memoria contra el interesado olvido, contra la barbarie. Y todo en un relato ameno, que pulsa efectivos resortes emotivos.
Ciertamente, el arranque de la historia (al ritmo de la investigación contrarreloj del equipo del fiscal en pos de las pruebas incriminatorias) es mucho más enérgico y vibrante que la consolidación del proceso judicial, que bastante tiene que ver con el clásico cine de tribunales y se regodea en fórmulas tantas veces vistas. El planteamiento es quizás por momentos demasiado formal.
Es también notable el tono decididamente sentencioso y enfático, común a buena parte del cine histórico argentino, remarcado aquí en monólogos trascendentales.
Pero la chispa del montaje, los convincentes diálogos, la exquisita recreación de una época y la cuidadosa caracterización de los personajes, mantienen en vilo al espectador hasta el final, lo hacen partícipe privilegiado de un juicio histórico.
El elenco es brillante, muy al estilo de esa extraordinaria escuela de actuación argentina. Ricardo Darín, en el rol del fiscal, entrega una actuación sin fisuras, pletórica de matices. Laura Paredes emociona con el relato duro de sus vivencias, con una admirable economía de recursos: le basta la mirada, unos pocos gestos, la modulación de la voz.
No en vano el público habanero premió la cinta con una rotunda ovación: Argentina,1985 revive pasajes dolorosos, no desde una visión morbosa de la historia, sino con la evidente intención de afianzar la memoria. Recordar para aprovechar la experiencia. Para no tropezar de nuevo con las mismas piedras.
Cuba en el Festival
Al cierre de la edición de este semanario se presentaban en el circuito del Festival dos películas cubanas particularmente esperadas por el público: El mundo de Nelsito (en coproducción con España), de Fernando Pérez, y Bajo un sol poderoso, dirigida por Kike Álvarez y coproducida por Colombia.
La primera es una historia coral, protagonizada por un adolescente autista que recrea el mundo que lo rodea sin que sea posible establecer claramente los límites entre realidad y ficción.
La segunda, según la sinopsis, es un ensayo sobre la soledad, la ausencia y el desasosiego, encarnado por un cineasta que hace recuento de su vida creativa.
Las dos películas están ambientadas en nuestro —muy complejo y demandante— contexto. Los fantasmas que campean en una y otra pudieran ser presencias compartidas por los espectadores. Los cubanos siempre han privilegiado su cine en todas las ediciones del Festival: las largas filas para acceder a estas proyecciones son la muestra.