Hoy comienza en La Habana la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Contra todos los obstáculos, hay Festival. Es el resultado del empeño de un entramado institucional; pero es más: es la satisfacción de una deuda permanente con el público de un país que ama, más allá del maremágnum de las industrias hegemónicas del séptimo arte, el cine que se hace en este continente, que es siempre recreación de un contexto singularísimo.
Es el mismo Festival y es otro, pues las circunstancias marcan. No se puede aspirar al mega evento de hace décadas. Son menos los cines, son menos las películas. Pero se trata de resaltar los valores de una muestra esencial, mucho más «abarcable».
Ahora serán más de 100 obras, que compiten en las categorías de largometrajes y cortometrajes de ficción, largometrajes y cortometrajes documentales, ópera prima, guiones inéditos, postproducción y carteles.
Hasta el 11 de diciembre, cuatro salas de cine de la capital acogerán la muestra en concurso, que estará acompañada por una selección de filmes latinoamericanos y de otras regiones, de manera que se presente un panorama de la producción cinematográfica contemporánea.
Es el Festival del regreso a la normalidad, después del impacto de la terrible pandemia. Es el Festival del regreso a las salas, a esa experiencia única que es disfrutar un filme en gran compañía.
Y en el circuito de festivales internacionales, el de La Habana tiene claras distinciones.
El director de la cita, Yumey Besú, ha señalado que, a diferencia de otras convocatorias, el Festival de La Habana se caracteriza por privilegiar aquellas películas que mejor aborden la realidad de los pueblos de Nuestra América.
La película escogida para la aperturaes Argentina, 1985, un drama histórico argentino-