Si el Mundial fuera un espectáculo de circo, la jornada del domingo hubiera iniciado en la cuerda floja: muchos tanteando para no caer mortalmente, con el corazón en la boca y el objetivo de avanzar poco a poco para llegar al otro extremo. Las luces en la cara, el rabo entre las patas y los dientes apretados. Tampoco faltaron la magia, los acróbatas, los payasos, los trapecistas y demás personajes.
Costa Rica fue el primero en caminar y su condición hacía más tenso el asunto. La competencia, Japón, ya había mostrado su mejor número de magia al sacarle del bolsillo los tres puntos a Alemania sin que estos se dieran cuenta.
Los ticos comenzaron su andar, tambaleándose, presionados por los flashes y el público. A veces, cuando los magos hacían de las suyas, parecían perder por completo el equilibrio. Fueron contados los pasos erguidos.
Pero una ocasión bastó para llevarse los aplausos y el ilusionismo corrió por cuenta de Fuller, que agarró la bola en el borde del área y se sacó de bajo la manga un disparo de zurda que buscaba el ángulo del segundo palo. Primer truco de los centroamericanos de cara a puerta en el Mundial: primer gol. Los japoneses limpiaron el anfiteatro tristes, viendo la cuerda floja y preguntándose como ese acto tuvo un final tan asombrosamente triste para ellos.
Luego salieron los belgas, acostumbrados a crear falsas expectativas. Artistas de renombre que suelen achicarse en las grandes citas. Sus competidores, unos necesitados marroquíes. El primer truco lo hizo el arquero Bono, que cantó el himno y desapareció del once de los leones por una indisposición.
Todo iba parejo. ¡Cómo le costaba a los europeos ganarse al público! Y al 72 parece que el que no estaba muy dispuesto era Courtois, que se comió el tanto de Saïss tras el tiro libre y no le funcionó el «¡tierra, trágame!». Al contrario, cuando iba a acabar el número, al minuto 92, se tragó el gol de Aboukhlal. Marruecos la libró en el aire, para caer de pie.
Así acabó también la variopinta Croacia ante unos funambulistas canadienses que no pudieron mantener el equilibrio. El presentador Zlatko Dalic movió sus piezas. Los forzudos controlando las escaramuzas canadienses, después de que Alphonso Davies los sorprendiera llevándose las ovaciones cual hombre bala. Y los acróbatas Modric y Kovacic de un lado para otro, robándose el juego que acabó coronado por un doblete de Kramarić, domador de balones, y sus compañeros Livaja y Majer.
De esta manera llegaba el último número del día. El lanzafuegos Luis Enrique y el titiritero Flick cara a cara. España y Alemania. Una puesta en escena de miedo. Musiala haciendo malabares, escoltado por los zanqueros Süle y Goretzka. Del otro lado los equiilibristas Gavi, Pedri y Busquets queriendo imponer su paciencia.
Los alemanes caminando por la cuerda floja. No pueden perder. Los ibéricos con muchos malos ojos encima. Nadie quiere caer de tan alto.
Olmo casi desaparece las manos de Neuer, Rüdiger respondió, pero adelantándose a la música. Todo en tablas, el público expectante.
Una bocanada de fuego sale de la boca de Luis Enrique: Morata, que se suma a la fiesta y enciende el marcador a centro de Jordi Alba. Dos criticados artistas que algunos no querían ver.
Les queda tiempo a teutones. Flick piensa y acude Füllkrug. Musiala otra vez inicia todo, cual contorsionista, ante las imprecisiones de las acrobacias ibéricas. Se revuelve, la bola le cae a Füllkrug y revienta la portería de Unai Simón. Acto de escapismo de los alemanes para cerrar el show del día con posibilidades de pasar a octavos.
Los aplausos no cesan. Las luces se apagan por el momento, pero el espectáculo continúa. Todavía hay mucha magia por ver en la carpa catarí.