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Con Filo: ¿Cómo formar valores?

El problema de los valores que queremos fomentar en la sociedad cubana y que a veces echamos en falta se va convirtiendo en un asunto recurrente en los debates de múltiples foros, programas y espacios de opinión, así como en la labor de las organizaciones políticas y de masas.

 

 

La familia, el barrio, la escuela, el trabajo, son múltiples los espacios de socialización a los cuales se les atribuye algún tipo de responsabilidad en el desarrollo de esos valores humanos en infantes, adolescentes y jóvenes, y también en las personas más adultas.

Parecería que somos demasiado propensos a atribuir culpas y apuntar con el dedo a las supuestas instituciones o personas que tendrían que velar y propiciar ese despliegue de atributos morales y éticos a los cuales aspiramos.

Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre cuál podría ser la clave, la estrategia más totalizadora que permitiría a una sociedad reproducir los valores en los cuales se inspira y que reconoce como modélicos.

Una posible hipótesis al respecto que me gustaría compartir con nuestros oyentes, sería en el humilde criterio de este comentarista la congruencia entre lo que se proclama como patrón, como aspiración, como ideales para seguir por nuestra ciudadanía, y lo que los hechos prácticos de la vida cotidiana afianzan en la conciencia de las personas.

Esa es quizás tal vez una de las debilidades que hemos tenido durante mucho tiempo, pues muchos de los valores que preconizamos en nuestro modelo social no siempre hallan la forma correcta de concretarse en las relaciones económicas, sociales y políticas del día a día.

En la medida que logremos una mayor correspondencia entre lo que decimos y lo que hacemos, a todos los niveles de nuestra sociedad, más probabilidad tendremos para que los valores declarados sean asumidos con mayor apego por todos sus integrantes.

Si partimos de ese principio probablemente nos resulte más fácil entender por qué a veces nos cuesta tanto trabajo que los mejores valores humanos presidan la totalidad de nuestros actos. La mejor manera de decir, es hacer, nos enseñó José Martí, aunque no siempre lo aplicamos en todas las circunstancias.

No basta hablar de solidaridad, hay que establecer estructuras de funcionamiento social más solidarias; no basta hablar de honestidad, hay que conseguir formas cada vez más transparentes y democráticas para dirigir y rendir cuentas a la ciudadanía; no basta hablar de laboriosidad, hay que organizar la vida económica de modo que estimule al trabajo; no basta hablar de altruismo y desinterés, hay que impulsarlo con el ejemplo personal y crear las condiciones para su reconocimiento sistemático; no basta hablar de civismo, hay que estimular la participación individual y colectiva, real y efectiva, en la gestión ciudadana.

Así, en la medida que consigamos articular ese constante reacomodo social para hacer corresponder las acciones que realizamos con los valores que pretendemos cimentar, lo cual es un proceso además que nunca termina y que cambia su punto de equilibrio y forma de expresión según la época y sus circunstancias específicas, pues entonces será más armónica y más fácil la tarea para la familia, el barrio, la escuela, el trabajo, y todas las instituciones y personas a quienes identificamos y pedimos responsabilidad ante la difícil misión e interrogante de cómo formar valores.

 

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