—Abuelo Ñico, ¿es cierto lo que me cuenta “Haya”?
—¿Qué cuenta tu abuela?, dice el longevo gigante, mirando por encima de sus espejuelos la diminuta e intranquila figura del nieto de 6 años que trae en sus manos una foto de un joven boxeador.
—Dice mi abuela que el que está en esta foto eres tú.
El anciano asiente con la cabeza mientras entre risas le expresa:
—Pues mire que sí, jovencito, eso fue hace mucho tiempo, pero sí soy yo.
El niño ríe, no cabe del gozo de saber que su abuelo fue deportista y boxeador, y con la ingenuidad de la edad le espeta.
—¿Y por qué hacías eso, abuelo? ¿Por qué no seguiste boxeando?
—Lo hacía porque me gustaba el deporte, pero también, en tiempo extra del trabajo, para ganar unos kilos y traer comida a la casa.
—Pero abuelo, si los deportistas hoy desde niños practican deportes, van a eventos y, si son buenos, representan a Cuba.
—Sí, mi niño, pero todo eso es después del triunfo de Fidel y los barbudos, antes no era así porque a los pobres como yo no se les daban esas oportunidades.
—¿Y por qué después del triunfo de Fidel? ¿Quién es Fidel?
El abuelo se acomoda en su sillón colonial de madera, se sienta al nieto en el regazo y comienza su relato:
“Fidel y los barbudos devolvieron la esperanza a Cuba, nos trajeron dignidad y soberanía en todos los aspectos de la vida, incluido el deporte. Desde los primeros días del triunfo, bajo su mirada constante, se impulsó el deporte para llevarlo tan lejos como fuera posible, se construyeron miles y miles de campos por cada rincón y esto contribuyó a elevar el nivel rápidamente, dando esa oportunidad de desarrollar a todos los atletas por igual.
“Gracias a sus ideas y a la realidad de su prédica, niños, jóvenes y mayores pudieron cumplir sueños. Los juegos nacionales escolares, los campeonatos de primera categoría, las actividades para los trabajadores, la atención a los que padecen de discapacidades, posibilitaron el desarrollo del deporte que hoy conocemos”.
El niño, que hasta ese momento prestaba atención absoluta, saltó raudo y exclamó: ¡Y Fidel era deportista!
—“Sí. Se le veía aquí y allá, practicando béisbol, tiro deportivo, caza submarina, pesca, baloncesto, ajedrez, tenis de mesa; asistiendo a recibimientos o a eventos de diferentes deportes como atletismo, fútbol, boxeo, judo, pesas, remos, voleibol y muchos otros.
“Respaldó permanentemente la inclusión de la mujer en la actividad deportiva, la enseñanza de la educación física en los niños y niñas campesinas. Aún se rememora su sensibilidad ante los accidentes domésticos que experimentaron la Tormenta del Caribe, Ana Fidelia Quirot, y el pelotero Juan Padilla Alonso.
“Nunca un Jefe de Estado defendió tanto el prestigio de un deportista como con el Príncipe de las Alturas y recordista mundial de salto alto, Javier Sotomayor, a quien acusaron injustamente de dopaje en los Juegos Panamericanos de Winnipeg.
“Su legado deportivo es inmenso debido a los principios esgrimidos, su preocupación por el bienestar y la atención a los deportistas, por la pureza del olimpismo y del movimiento deportivo cubano, que tiene hoy a muchos monarcas olímpicos, mundiales, panamericanos y centroamericanos, en uno y otro sexo”.
—Entonces, ¡tú fueras un campeón en estos tiempos, abuelo!
El abuelo se sonríe ante la frescura de su nieto y le responde:
—“Sí, lo pudiera ser, pero siempre gracias a Fidel. Él es el verdadero campeón olímpico de nuestro país”.