Mi experiencia con Fidel, es de quien pudo tener el honor de arbitrar sus juegos: Digo juegos, porque eso eran aquellos partidos nocturnos de baloncesto en los sesenta. Juegos de amigos para descargar las tensiones de los largos días de trabajo, eso fueron…
El primero de esos encuentros de baloncesto tendría lugar en La Mariposa del Fajardo. En ese momento yo era estudiante, me había convertido en instructor no graduado de baloncesto y había arbitrado algún que otro juego. Cuál no sería mi sorpresa y alegría cuando el jefe de cátedra, José Perkin, me dice que me seleccionan para participar como árbitro. Imaginen cómo me puse, a mis cortos 20 años y profundo admirador del Comandante. La alegría duró poco, luego de comenzar el juego, por discrepancias de opinión entre miembros de los dos equipos, me sustituyen por un técnico extranjero, ya profesor de baloncesto y tuve que terminar viendo, de no muy buen agrado, el partido desde las gradas.
A los días, en otro encuentro en la Ciudad Deportiva, Fidel, al comenzar el partido, pregunta por el alumno que había iniciado como árbitro en el encuentro anterior y que por qué no participaba. No creo que Fidel se haya dado cuenta de mi molestia, pero me gustaría pensar que sí. El hecho es que Jorge García-Bango, presidente del Inder en ese entonces, me envió a buscar al Fajardo. Yo orgulloso, me negué a volver, arguyendo que me habían expulsado. El propio Jorge García-Bango va y me dice que Fidel había preguntado por mí y entonces dije: “Si Fidel me quiere ahí, entonces sí voy”. Así me incorporé como uno de los árbitros en ese encuentro y de muchos que vinieron posteriormente.
Me llamaban una y otra vez en los momentos más increíbles para arbitrar esos partidos. Hoy, con muchos más años, creo que me mantuve como árbitro, porque entendía su lógica. No era una competencia entre rivales, era un juego deportivo entre compañeros. Mi rol era arbitrar ese partido, no otro cualquiera.
¿Que fui condescendiente en alguna que otra ocasión? Seguro. En cada partido celebrado se veía un Fidel sonriendo, contento. Allí era uno más en el juego, y parecía como si lograra olvidar tantos problemas que tenía en la cabeza. Tenía una convicción, si Fidel salía contento yo salía contento, que Fidel saliera disgustado era mi propia derrota. No era una confabulación para darle la victoria, para nada… Era más fácil que se pusiera bravo, si hubiera sentido que pitaba a su favor así sin más. A Fidel le gustaba ganar, pero para ello tenía que haber competencia y ser una victoria justa. Tratar de mantener ese equilibrio era muy complejo, seguramente de alguna forma lo logré. Ese equilibrio me mantuvo arbitrando, mucho después de una sonada desavenencia.
Fue en uno de los varios encuentros entre Cañeros (el equipo del Comandante) y Yaguacines. Fidel tenía una entrada ofensiva muy fuerte, como siempre, y ya tenía varias faltas pitadas. Cuando faltaban apenas segundos para terminar el partido, entrando a la ofensiva, valoro que le dio un golpe a un atleta contrario y le canté la cuarta falta. Se puso muy molesto, creyendo que yo no tenía razón, tan molesto se puso que vociferó bastante, durante varios minutos. En medio de su molestia agarró por los brazos a un contrario y creo que sin pensarlo yo muy bien y en el ímpetu de los 20 años, le canté la quinta falta, que lo expulsaba del juego. Fue peor, su molestia era visible. Apenas dar tres zancadas fuera terminó el juego. Se me paró al frente, me miró y preguntó: “¿Ya terminó este partido? ¿no? Ahora vamos a empezar otro juego. ¡Arriba, arriba! Vamos a continuar, aunque seamos cinco de los Cañeros contra seis de los Yaguacines”. Su juego se volvió frenético, anotando gran número de canastas. Así siguió hasta que venció, pero cuando terminamos eran casi las cinco de la mañana.