Zinedine Zidane ya había sido el protagonista del Mundial de 1998: Dios en su tierra con par de dianas en la final nada más y nada menos que ante la poderosa Brasil. Pero ocho años después, en Alemania 2006, el futbolista francés volvió a ser el actor principal a pesar de que Italia se llevase a su vitrinas el ansiado trofeo.
Ya estaba anunciado que era el último baile de Zizou, aunque tenía su magia intacta. Y lo demostró partido tras partido hasta una final que ya todos sabemos como acabó.
Excelso, como siempre, Zidane bailó a su manera. No era la danza de los brasileños, pero era su estilo particular, ese que solo tienen los verdaderos artistas del balón, que han sido pocos y que hoy escasean.
El 10, con la cinta de capitán, se echó a la Francia de Domenech encima. La selección no arrancaba y tras empates ante Suiza (0-0) y Corea del Sur (1-1), aprovecharon ante el débil Togo y vencieron 2-0 para sellar el pase a octavos.
Allí los esperaba España y allí empezó el recital de Harry Potter. Sacó a pasear a Pernía, Xabi Alonso, Xavi, Puyol y dejó para la foto a Casillas en el tercer gol
En cuartos se las verían con Brasil.
Zidane estaba como el vino, mejor con cada minuto. Se devoró a una de las selecciones más talentosas de todos los tiempos y en las fotos, detrás del ilusionista francés, salían Cafú, Kaká, Ze Roberto y hasta Ronaldo. El arte de esconderla, de soltarla en el momento preciso o de pisarla había sido inventado por Zidane, o mejor dicho nadie lo hacía como él. La pelota lo quería y aquello se tornaba recíproco.
La tranquilidad era impresionante. Sombrero a Ronaldo, bicicleta a Ze Roberto, la ruleta, centro directo a la derecha de Henry para que este terminara de eliminar a Brasil con un remate de los que acostumbraba a hacer.
El siguiente escollo era la Portugal de su compañero Luis Figo. Los lusos estaban sólidos pero ni Costinha, ni Miguel, ni Carvalho, ni el propio Figo pudieron parar limpiamente a la mayor amenaza de ese Mundial. Aparecía por izquierda, por derecha, en el medio, en tres cuartos de cancha… una auténtica pesadilla.
En ocasiones daba la sensación de que andaba sin fuerzas, que su cuerpo y sus movimientos se arrastraban. Pero aquello no era más que otro engaño. El físico quizás no era el de antes, pero el cerebro y el fútbol que salía de sus botas estaban intactos. También sus nervios. Y definió el penal que consiguió Henry: fuerte, abajo y a la derecha del portero Ricardo, uno de los mejores para penales de la época. Así acabó: 1-0 para Francia y pasaje a la final ante Italia.
Otra vez la frialdad. ¡Qué loco Zidane! La picó ante Buffon en un penalti, la metió en el travesaño y aún así sabía que iría dentro. Prácticamente le estaba dando el segundo Mundial a su país con una clase magistral a la que asistieron Del Piero, Pirlo, Gattusso y compañía. No había manera de sacarle la pelota.
Pero Materazzi empató el juego y curiosamente esa no fue su mejor jugada. El partido se extendió a tiempo extra y el defensor italiano apeló a sus armas sucias, las únicas que pudieron hacer que que el perfecto Zizou perdiera los estribos.
Habían tenido unos encontronazos previos y a la tercera fue la vencida. Materazzi puso cara de malo y Zidane le dijo que le daría su camiseta más tarde, a lo que el italiano contestó: «Prefiero a tu hermana antes que tu camiseta».
Acto seguido, con un fuerte cabezazo, el galo golpeó el pecho del defensor y lo dejó tendido. Tarjeta roja. Zidane pasó por al lado de la Copa rumbo a las duchas y todos sabían que con él se iban también las posibilidades de Francia y el cierre de lo que hubiera sido el libreto perfecto para acabar la gran historia de uno de los reyes del juego.
Menos los italianos, todos terminamos tristes ese Mundial. Salimos de la cancha con el 10, enojados, porque a última hora el destino se empeñó en robarnos el final feliz al que solía tenernos acostumbrados.