Hace ya más de 35 años los Van Van cantaban que “La Habana tiene ganas, ganas de que la cuiden, que se pongan para ella”. Aquel clamor musical de la más emblemática de las orquestas bailables cubanas no ha perdido un verso, una sílaba de vigencia.
Hasta podríamos decir que aquella necesidad que sintetizara el maestro Juan Formell, al pedir “Vamos a prepararnos todo el mundo, para ponerla bella”, es hoy mucho mayor todavía que en 1985 cuando se estrenó La Habana sí, título de aquella sabrosa pieza sonera.
Porque incluso en medio de su actual deterioro, la capital de Cuba mantiene ese embrujo de las urbes que marcan la diferencia entre quienes la habitan y la visitan.
Durante décadas hemos tenido importantes programas e iniciativas de restauración y creación de nuevos espacios, pero también se cierne sobre la ciudad el peso de las carencias, los olvidos y no pocas veces hasta la indolencia.
En particular los últimos años han sido muy duros, ante la imposibilidad de disponer casi de los recursos mínimos para su manejo sostenible en el tiempo, sobre todo por el deterioro irreversible de una gran parte de su fondo habitacional, que a diario pone en peligro y ya nos ha hecho perder vidas humanas.
No obstante, hay figuras inspiradoras como la de Eusebio Leal que han distinguido y simbolizado el empeño colectivo por mantener y recuperar La Habana.
Las lecciones del Historiador de la Ciudad y de su Oficina no fueron solamente de carácter técnico y patrimonial, sino también de la gestión económica y social que requieren los esfuerzos conservacionistas. Los principios y prerrogativas que Fidel y Eusebio concibieron para la Habana Vieja no deberían nunca olvidarse ni abandonarse, sin dejar de evolucionar y asimilar las inevitables transformaciones que imponen las circunstancias.
Por sus dimensiones, superpoblación y la naturaleza de los problemas que confronta, la capital cubana es la provincia más difícil de gobernar, es cierto, pero también la que más potencialidades y riquezas materiales y espirituales tendría para movilizar a su favor.
Las recientes acciones en numerosos barrios periféricos y hasta en zonas céntricas habaneras que han acumulado incontables dificultades a lo largo de mucho tiempo, indican que mucho más puede hacerse todavía si se aprovechan mejor los recursos disponibles, se organizan mejor las prioridades de conjunto con la ciudadanía y se involucra en la solución a todos los factores sociales.
Los cambios para otorgar mayores potestades al sistema empresarial, el impulso a la autonomía municipal y a los proyectos de desarrollo local, la multiplicación y el empoderamiento creciente de diversos actores económicos y formas de propiedad, tienen que tener un correlato en la responsabilidad social con ese entorno de la ciudad donde vivimos, y de cuya singularidad y magia, al fin y al cabo, se benefician toda la población y las entidades que en ella residen.
Y también hay que llamar y exigir por el cuidado individual de la ciudad. No puede ser que se vayan arreglando cosas por una parte, y atrás venga gente desalmada, insensible y grosera rompiendo por la otra, sin que nadie vea nada ni nada les suceda.
Ya lo decían los Van Van hace más de 35 años, y todavía podemos lograrlo: “La Habana entera — y la canción decía así, entera, y no solo una parte de La Habana—, debe ser la capital más bella, de América Latina”… “La Habana tiene ganas, caballero, que se pongan pa’ ella”.