Frente al desafío de procurar, desde adentro, la nutrición de la masa porcina el ingenio de los trabajadores se yergue como un bastión que busca alternativas para mitigar el impacto de la escasez de materias primas de importación, alejadas de puertos y de los animales, de las que dependían, y todavía dependen, la producción a gran escala de pienso industrial.
La compleja situación económica internacional, agravada por el impacto de la pandemia y, más tarde, por el conflicto armado entre Rusia y Ucrania, agregó a Cuba dos nuevas barreras que, unidas al recrudecimiento del bloqueo norteamericano, parecían la tormenta perfecta para echar por la borda la cría de cerdos que ha decrecido ostensiblemente, pero se resiste a la desaparición.
Ante tamaño reto se impuso el espíritu de resistencia innovadora de la clase obrera cubana y entre tantos ejemplos ahí está el joven Litzán Fernández Pupo, encargado del mantenimiento en la fábrica de pienso de la Empresa Porcina de Las Tunas, ubicada en la ciudad capital.
“Al principio solo disponíamos de un pequeñito molino para procesar la yuca y hacer la harina que utilizamos como uno de los componentes del pienso. Había que molerla una a una y en ocasiones hacer convenios con particulares que cobraban 30 pesos por cada quintal.
“A ese precio, explica, los primeros 800 quintales tratados por fuera nos costó 24 mil pesos, un dinero que se fugó de nuestros ingresos; y, del agotamiento de los trabajadores ni hablar. Se imagina cargándolas para acá y para allá”, recuerda Litzán.
Entonces, “me dieron la misión de fabricar una máquina con más capacidad de molienda y comencé a reunir materiales de la planta vieja, ya en desuso: cajita de bolas, rodamientos, un eje, y armé ese molino que puede procesar hasta 10 toneladas en un día”, cuenta satisfecho.
“Yo soy electricista y soldador, pero hago de plomero, de albañil…, lo que haga falta hacer en beneficio del colectivo y de la economía”, remarca y cuenta con cierto orgullo campechano “lo fabriqué en un mes porque tuve que llevar algunas piezas a un torno para adaptarlas. Yo prácticamente lo que hice fue ensamblarlo. Es rústico, pero resuelve”.
Sin embargo, sus operarios Lázaro Palacio, José Luis Ramos y Jorge Luis Corría lo consideran un gran adelanto técnico, “porque humaniza mucho el trabajo y ya no tenemos que salir cargados a buscar dónde moler la yuca que era más complicado y muy agotador”, asienten.
“Somos un colectivo chiquito y se ve el avance, se refiere Litzán a los ingresos, que al decir de Idalexis Peña Echeverría, director general de la Empresa Porcina Las Tunas, “mejorarán muchos más en la misma medida en que crezcan los aportes productivos. Ellos lo saben y todos contribuyen a buscar soluciones que mejoran las condiciones y humanizan el trabajo.”
A ese propósito contribuye, también, “un secadero de yuca que garantiza una producción estable de harina (energética) y hemos estado trabajando en el incremento de sus secciones articuladas, de manera que con solo correrlas sobre ruedas lleguen hasta la nave que las protege de la lluvia y de otras inclemencias del tiempo sin necesidad de hacerlo manualmente en lo que Litzán tiene protagonismo”, exalta Idalexis.