Arnaldo Alfonso Ibañez tenía 16 años cuando tocó por vez primera una hoja de tabaco: de inmediato quedó hechizado por el particular aroma. Llegó como aprendiz a la entonces fábrica H.Upmann, de la capital cubana, y fue el maestro Tomás Orovio, quien le enseñó las artes de un oficio, que aún hoy, siete décadas después, lo sigue haciendo muy feliz.
Desde La Casa del Habano Presidente, del Hotel Palco, en la capital cubana, él sigue regalando sus saberes. De baja estatura y ojos achinados que delatan sus orígenes (la bisabuela era de origen chino), labora ahí con la disciplina que aprendió de sus antecesores.
Tan curtidas como el tabaco, están sus manos. En estas se reflejan con nitidez el paso del tiempo. Han perdido el brillo, pero no la soltura a la hora de manipular las olorosas hojas que con destreza se convierten en un puro Habano.
Según cuenta, no creció en una familia dedicada a este sector. “Nací en un pueblo llamado Sierra Morena, en el municipio de Corralillo, provincia de Villa Clara. Mi padre, Teodoro, era sastre y mi mamá, Rafaela, ama de casa. Éramos siete hermanos, yo el mayor de todos.
“Después del fallecimiento de mi padre, yo vine a La Habana para tratar de abrirme camino y ayudar a míos. En 1953, empecé a vivir en la casa de una prima, Dinora Gibet, quien estaba casada con Guillermo Benítez. Gracias a él, quien era tabaquero, se resolvió que yo fuera a fábrica H.Upmann.
“No olvido a Orovio, fue un verdadero maestro. Me senté a su lado y con él aprendí a hacer las cosas bien: me enseñó a utilizar la chaveta, a identificar los tipos de hojas, sus grados de fortaleza (viene dado por el contenido de nicotina), a hacer las mezclas del tabaco porque cada fabricante tiene sus recetas. Parece que no fui mal alumno, porque a los pocos meses, adquirí otra categoría”, revela.
Desde entonces, millones de puros han sido creados por él. En el artesanal proceso, Arnaldo imprime su amor y sabiduría. Con facilidad, enrolla las tripas en la hoja de capote, y poco a poco, el tabaco coge la forma hasta llegar a ser una obra de arte.
Cuando cambió su vida
Era muy joven cuando triunfó la Revolución, y aprovechó las oportunidades que se abrieron para los muchachos que hasta entonces no habían tenido la posibilidad de estudiar.
“Yo tenía séptimo grado y fui seleccionado para pasar un curso de organización y normación del trabajo. Posteriormente, comencé a trabajar como técnico en control de calidad en la H-Upmann, que comenzó a llamarse “José Martí”. Claro que extrañaba estar sentado, con la chaveta en la mano. Ahora mi función era controlar la calidad de las producciones. No obstante, nunca abandoné mi oficio. En esos tiempos, hacíamos muchos trabajos voluntarios, y yo me sentaba, junto al resto de los obreros, y hacía tabacos”, acota.
Recuerda que fueron años intensos. “Caminé los 62 kilómetros y pasé la escuela de milicias de La Chorrera, donde integré el Batallón 144. De ahí salimos para ir a luchar contra los bandidos en el Escambray. Después me mantuve como reservista de la Artillería Antiaérea y estuve presente en ejercicios y otros eventos”.
Arnaldo continuó superándose y llegó a graduarse como técnico de nivel medio en Organización del Trabajo y los Salarios. “Entonces empecé a laborar en la empresa Cubatabaco, en la cual me jubilé luego de cumplir los 60 años”.
Volver a empezar
Cuando pensaba que iba estar tranquilo en casa, al experimentado tabaquero se le dio una nueva oportunidad de empleo, al abrirse La Casa del Habano Presidente, del Hotel Palco dentro del Complejo Palacio de Convenciones. Desde entonces, ese centro se ha convertido en su otra casa, en la cual tiene el privilegio de ofrecer sus servicios a clientes de los más diversos países.
“Aquí nos convertimos en promotores de uno de los productos que distinguen a Cuba ante el mundo. Los extranjeros vienen y les gusta que les explique cómo se hace el tabaco; les hablo acerca de cómo se inicia el proceso de escogida, hasta que las hojas arriban a la industria”, comenta.
Arnaldo también ha tenido oportunidad de llevar sus saberes a eventos realizados en Francia, Canadá y España. “En cualquier lugar hay muchas personas interesadas en conocer sobre la industria cubana del Tabaco, saber sus orígenes y, sobre todo, degustar un Habano”.
¿Cuánto demora hacer un tabaco?, le pregunto y responde: “Depende de la complejidad del producto que se elabora. No es lo mismo hacer un Churchill o un Lancero que son más complicados. Puede durar cinco o seis minutos”.
El octogenario tabaquero dice sentirse un hombre afortunado de la vida, pues no solo ha podido hacer un trabajo que disfruta, sino, construyó una hermosa familia. “De mi primer matrimonio tuve dos hijas: Maritza y Teresa, las dos Licenciadas en Economía; del matrimonio con mi actual esposa, Gloria Esperanza Cambas, nació José Arnaldo, quien es ingeniero civil. Ya tengo cinco nietos y dos biznietos”, señala.
Le pregunto si fuma y afirma que dejó de hacerlo hace 25 años. “Tuve un problema de salud, y abandoné el vicio… ya casi no lo puedo ni oler. El tabaco solo lo llevo a mi boca para ver cómo está la mezcla y si tiene una buena combustibilidad … El café me gusta, pero solo tomo una taza al día”.
Con 70 años en el oficio, afirma que no está aburrido. “Esto me entretiene”. Dice que, en La Casa del Habano Presidente, del Hotel Palco, las personas llegan y lo observan. Desde su mesa de labor, él le da explicaciones, sin dejar de trabajar. Aún quiere seguir dejando su huella en los tabacos que tanto placer causa a quienes los adquieren.
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