Por: Adriana Fajardo Pérez, estudiante de periodismo
Antes de ser artista o, al menos, antes de descubrir que lo era, Alfredo Sosabravo fue ayudante de farmacia, mensajero, y aprendiz en una carpintería. Los oficios serían, sin embargo, de tiempo breve. A los 25 años comenzarían sus estudios en la Escuela Elemental de Artes Plásticas Aplicadas, y con ellos, una historia de creación dada a la pintura, el dibujo, el grabado y la cerámica.
Por aquellos años en que su carrera empezó a empinarse, a la par de realizar exposiciones de pinturas decidió iniciar en la cerámica, de modo que además de pintar escenas coloridas, animales y cuerpos exóticos, quiso moldearlos, crearlos con sus manos, llevar su obra a lo tridimensional, y lo logró.
La altura creativa de este maestro es admirada entre muchos lugares del mundo, en Francia, Italia y Alemania, donde lo han distinguido con importantes galardones, y por supuesto, en Cuba, recibió en 1994 la Orden Félix Varela, y en 1997 el Premio Nacional de Artes Plásticas, mayor reconocimiento que reciben los artistas plásticos de la Isla.
Hoy, 25 de octubre, el villaclareño nacido en Sagua la Grande cumple 92 años, muchos de ellos dedicados a la creación, al empeño de transmitir su esencia desde la visualidad, y habrá otro pedazo de su arte en el Castillo de la Real Fuerza, la estatua Arlequín, un homenaje al creador que se suma a la obra suya que hay repartida por la ciudad de La Habana.
Precisamente de sus manos nació el mural de quinientas cincuenta y cinco piezas que el pueblo nombró Carro de la Revolución, emplazado en el hotel Habana Libre, y un gran número de obras plásticas, todas caracterizadas por los variados colores, y el concepto de lo que el propio artista ha llamado “humor blanco”, como reflejo de su personalidad.