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La danza de ayer, de hoy y de mañana

Continuidad no es sinónimo de estancamiento. La permanencia de una tradición implica la renovación de sus esquemas. El arte será siempre evolución. El ballet del siglo XXI, aunque honre las esencias de sus presupuestos primigenios, no es el del siglo XIX, que consolidó los referentes actuales.

 

El Festival es una apuesta por el arte en tiempos muy demandantes para la nación y el mundo. Foto: Del autor

 

Algunos creen que un clásico es un objeto de museo. Para nada. Cuando ahora se baila, por ejemplo, Giselle, los intérpretes asumen la herencia inmensa de una disciplina —su concreción escénica, su historia, su teoría— y la ponen a dialogar con las constantes y los desafíos de su tiempo. La Giselle del 2022 ha mantenido el espíritu del ya lejano 1841, el año de su estreno, pero es otra Giselle… y la misma.

He ahí la cualidad maravillosa de la danza, que es arte dinámico por antonomasia, ámbito de confluencias múltiples.

El Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso, que comenzó el pasado jueves, se ha propuesto honrar el legado de los maestros —y el hecho de que lleve el nombre de la más emblemática bailarina de esta nación, y probablemente de la  América  toda,  es una muestra fehaciente de esa vocación—; pero a la vez pretende ofrecer un panorama de actuales tendencias de la danza, que se manifiestan en numerosas escuelas, estilos y conceptos.

Marchar con los tiempos sin olvidar el pasado. Proyectarse al futuro.

Esa idea que una y otra vez repite la actual directora del Ballet Nacional de Cuba, BNC, Viengsay Valdés, la necesidad de aunar tradición y contemporaneidad en un solo impulso creativo es ahora mismo el empeño primordial de una compañía que el próximo 2023 cumplirá 75 años.

Cuando Alicia, Alberto y Fernando Alonso fundaron la agrupación no se regodearon en el acervo establecido de la danza universal: trazaron distintos caminos. La consolidación de una escuela cubana de ballet —técnica y expresión en correspondencia con un patrimonio cultural, con la identidad de un pueblo— no significó la negación de la historia —imposible hacerlo, partiendo de la propia naturaleza del ballet académico—, pero sí planteó una búsqueda consciente de nuevos elementos.

El Ballet Alicia Alonso fue punto de partida de uno de los más integradores movimientos de la danza en la región; pronto Cuba devendría plaza privilegiada para este arte en todas sus expresiones, gracias en buena medida al maremágnum creativo que representó el triunfo de la Revolución en 1959.

El BNC defendió los clásicos del repertorio decimonónico del ballet —Alicia Alonso era una excelente repositora y una estilista de altísimo vuelo—, pero también puso sobre el escenario una coreografía nueva, que bebía muchas veces de las historias, los retos y las aspiraciones de su momento.

Todo eso sin darle la espalda al mundo, al diálogo enriquecedor con escuelas, compañías, maestros, coreógrafos y bailarines de diferentes países.

Gracias al Festival Internacional de Ballet de La Habana varias generaciones de amantes de la danza en Cuba tuvieron la oportunidad de ser testigos del arte de muchos de los gigantes de la escena universal, y de las principales vertientes de la segunda mitad del pasado siglo.

En medio de la ola homogeneizadora de la mal llamada cultura de masas —la que se impone con lógicas políticas y comerciales desde los centros hegemónicos del poder— la danza será siempre un bastión de resistencia.

Ese  es  el  espíritu  que debe reafirmar el Festival de Ballet, después de la pausa impuesta por la pandemia de la COVID-19. Y esa es la responsabilidad de la compañía anfitriona.

Sus directivos, sus artistas, han ido mostrando en estos años un empeño renovador, que se traduce en el estreno de diversas piezas, sin echar a un lado los primordiales títulos del repertorio tradicional. Notables coreógrafos del momento han montado con la agrupación. Habría que convocar a otros, a pesar del impacto de las tantas carencias materiales de ahora mismo.

Y algo importante: el BNC tiene que abrir más espacios a los nuevos creadores cubanos, constituirse en laboratorio pródigo para visiones novedosas —y por qué no, problemáticas— de un arte de siglos.

En ese sentido, el Festival puede ser un motor generador. La danza de mañana se gesta hoy en los salones y los escenarios.

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