Pinar del Río.— “Papá, siéntate en la puerta, siéntate en la puerta que se va a abrir”, decía repetidamente Claidel Barán a su papá Raymand tras la fuerza del viento del huracán Ian. Así, de espaldas contra la madera de la puerta, pasó toda la madrugada y parte de la mañana. Y cuando todo pasó, al ver los desastres a su alrededor, lo primero que hizo fue dirigirse a la fábrica La Conchita, donde labora hace más de 10 años.
Al llegar encontró una instalación a cielo abierto. Más del 90 % de los techos de almacenes, áreas de producción y otros locales habían volado, pero sus trabajadores, las ganas de recuperarse y el sentido de pertenencia nunca se fueron a bolina. Unos 20 días después, cuando llegamos al lugar estos fueron los testimonios que nos recibieron.
De la noche al día
La noche-madrugada del 26 al 27 de septiembre será inolvidable para Jesús González Arronte, uno de los dos directores de UEB que tiene La Conchita, quien nos muestra en fotos el desastre en cubiertas, ventanas y puertas de la fábrica. “Al día siguiente empezamos la recuperación y en menos de 10 días ya estábamos produciendo, aunque todavía nos quedan cosas por restablecer, sobre todo techos”.
El directivo resaltó el alto sentido de pertenencia de los trabajadores, a pesar de que más de la mitad de la plantilla tuvo afectaciones en sus viviendas. “Estamos ayudando a muchos de ellos y hasta les hemos vendido carbón, huevos y algunos recursos”, precisa, lo cual confirma Raidel Crespo, uno de los más dañados con el impacto de Ian. “No pensé que iban a ayudar a la gente tan rápido. Eso habla muy bien de la solidaridad real”.
“Acá no se convocó a nadie para enfrentar los destrozos. Más de 100 compañeros se presentaron. Eso demostró el amor de los trabajadores por su centro, pues sabemos la importancia económica que tenemos para la provincia y el país”, asevera con optimismo Aracelys Ajete, secretaria general del buró sindical.
“Gracias a eso varias líneas de producción ya trabajan. Con nuestra propia fuerza montamos nuevos techos, recogimos árboles caídos y limpiamos las áreas”, explica la veterana sindicalista que atesora en su cuerpo y espíritu 33 años de labor en La Conchita. “Recuerdo otros fenómenos naturales como el Gustav, pero nunca había pasado por algo así. Ian fue devastador, pero nos levantaremos. Incluso un grupo de nosotros fue a La Coloma para ayudar”.
Unidos en la vida, ¡y en la empresa!
Yunia Castro lleva 13 años en esta fábrica y sufrió afectaciones en su casa, y aun así regresó a su centro de trabajo conociendo la importancia que reviste reanudar la producción, pues se benefician no solo Pinar del Río, sino Artemisa, Mayabeque, La Habana y otras provincias.
“Esta situación ha sido difícil. Trabajar fuerte en la casa y en el centro laboral es complicado, pero no queda otra que echar palante”, dice. “Ian me afectó el techo, sin embargo, La Conchita es como mi casa, por eso me incorporé. De aquí sale mi salario, el sustento de mis hijos”, confesó.
Yunia resaltó el interés de algunos directivos y compañeros por ayudarla a solucionar sus daños. “Acá somos una gran familia, nos ayudamos y eso vale mucho”, certificó mientras con par de gritos, por el intenso ruido de la producción, llamó a su esposo.
“Soy Martínez Álvarez, director de Mantenimiento”, dijo, aunque apenas lo escuchamos por el silbido de los equipos. “No puedo moverme ahora de aquí. El ciclón le dio duro a la empresa, aunque gracias al empeño de todos hemos salido adelante. Hemos puesto pie en tierra porque hay que producir, no puede pararse”.
Otro veterano en estos lares es Julio César de la Vega. Es habanero, pero se enamoró de una pinareña y lleva 36 años en La Conchita, ahora como jefe de laboratorio. “Aquí hubo puertas que el huracán se las llevó con marco y todo. Nos preparamos porque tenemos cultura de ciclón. Por ejemplo, el azúcar se recoge con días de antelación, muchas materias primas se envasan en tanques con tapas y aún así se les pone lona por arriba.
“El equipamiento está intacto. La tecnología no es muy moderna, pero la cuidamos. En este mismo taller se está produciendo vinagre, compota para los niños y vitanova”, informa como si perdiera tiempo en incorporarse a su labor.
“El secreto de la calidad es ponerle amor y contar con los buenos tecnólogos y maestros que tenemos”, reconoce Julio César, que no pudo escapar de la polémica beisbolera pues es un ferviente industrialista.
Antes de irnos y luego de recorrer la fábrica casi completa, volvemos al diálogo con González Arronte. “Los planes de producción no se afectarán, solo que nos obligará a trabajar más en dobles turnos, y claro que la recuperación nuestra es vital, porque producimos alimentos para la población. Y ahora se necesitan más”.
Una idea final nos llevamos de este colectivo. “La idea es que quede mejor la fábrica cuando terminemos la recuperación”, enfatiza Arronte. “Nosotros le ponemos el detalle cultural de la instalación”, comenta Aracelys Ajete. “Periodista, esta fábrica es emblemática, nadie nos para”, concluye Raymand, uno de los tantos pinareños que nunca olvidará la noche en que su hijo le pidió sentarse en la puerta para que Ian no entrara a su casa.