Aunque siempre creí, y creo, que los precios estatales no podían convertirse en rehenes de la especulación, la realidad me lleva a reconsiderar esa apreciación, mucho más desde que en bodegas donde se distribuye la canasta familiar normada se anuncia la venta de la cerveza importada Holland a 160 pesos la lata.
Ello me pareció increíble, una locura, dije, y me surgieron varias interrogantes, para las que aún no he encontrado respuestas lógicas. Si estatalmente se le siguen los pasos a los especuladores, entonces a cuánto podría cobrarse, digamos, un paquete de pollo, un paquetico con ocho galleticas dulces, o una cajetilla de cigarros, por solo citar tres productos.
Es correcto que en las bodegas se comercialicen productos no incluidos en la llamada canasta familiar normada con el fin de acercarlos a la población. Claro, si los compra a un trabajador no estatal, por ejemplo, será insano que en la propia bodega incremente el precio en un 50 %.
El precio de 160 pesos no fue impuesto por el Estado, sino por otros vendedores. Compro aquí y vendo allá, dicen, y sacan tanto a cada lata, una reventa en que nada le aportan al producto, ni siquiera gestión de venta, y por demás solo fabricada estatalmente.
Recuerdo la venta de las jabitas de nylon en otros tiempos. En un inicio el Estado las comercializaba a 50 centavos y el revendedor a un peso, luego a 2 y ahora a 5 pesos, igual precio en que lamentablemente podemos encontrarla en un establecimiento estatal. Ocurrió que el precio estatal le cayó atrás al de oferta y demanda, y lo alcanzó. Lo más erróneo sería que lo superara.
Entre otras obligaciones, el precio estatal tiene la misión de rivalizar en la medida de lo posible con los que podrían instaurar otros vendedores, de ahí que la línea a seguir no puede ser igual a la que se sigue ya con la cerveza.
La reventa de productos se ha convertido en uno de los más lucrativos negocios para un buen número de personas ―muchas de ellas muy inescrupulosas― pero no creo que tal proceder le haga buen favor al Estado, quien bajo ningún concepto puede convertirse en especulador, todo lo contrario.
En la gran mayoría de los establecimientos privados, de esos que proliferan por doquier, esa cerveza en lata puede costar los mismos 160 pesos. Si la deseo y puedo, la compro y la tomo fría y de seguro con algún “saladito”, también irresistiblemente caro. Pero me resisto a similar experiencia en mi bodega, menos con cerveza caliente y sin saladito.