Pinar del Río– En tiempos duramente humanos uno suele encontrar un buen puñado de historias dignas de contar. Sí ya sé que también sobreviven “buenas” dosis de insatisfacciones y desesperanzas, pero prefiero quedarme hoy con este relato que comenzó pasadas las ocho de la noche en la Eide Ormani Arenado de esta ciudad, donde se albergan una buena parte de las tropas de valientes que han venido a tender manos y acciones luego del paso del huracán Ian…
“Oye aquí vinimos a pegarnos compay. Tal vez las condiciones no han sido las mejores, pero es lo que hay y había que cumplir” nos dice Gilberto Heredia, santiaguero del Caney y orgulloso motoserrero de la Empresa Agroindustrial Gran Piedra-Baconao.
“No podíamos fallarle a esta gente. Nos necesitan y aquí estamos hasta cuando haga falta”, abunda con un peculiar deje y acuña con una sonrisa que enseña unos dientes que parecen granos de maíz.
“¿La familia? Bien dentro de lo que cabe, extrañan a uno y uno también que cará”, abunda y se acomoda la motosierra al hombro. Entienden que estamos acá batidos porque nos necesitan, eso les hace estar tranquilos”, continúa acomodándose unas oscuras gafas sobre una gorra de color muy oscuro, quizás al notar que el fotorreportero Pepe Robleda apunta su cámara hacia él.
¿Qué si le tengo miedo a la pincha? No hombreeee nooooo. Si tengo que venir de nuevo lo hago que caray» dispara mientras se descamisa y un olor poderoso a sudor nos hace retroceder. “Son más de diez horas batidos bajo el sol”, señala con un gesto que desafía mi desafortunada “incomprensión”. Se despide murmurando algo incomprensible, al tiempo que le hace una seña a un joven de mediana estatura que se acerca y descansa una motosierra en el suelo.
Saluda con aire tímido y esconde su mentón en el pecho. “Habla sin pena mijo, le grita desde la oscura distancia con una mezcla de cariño y cálida autoridad Gilberto”. «Es mi papá, me llamo Wilber Heredia”, afirma con un hilo de voz el joven intentando alejarse del punto rojo que denuncia la grabación. «Es la primera vez que vengo a Pinar del Río. Estar con mi padre ayuda y más haciendo un trabajo duro» argumenta en tanto se seca el sudor con un trozo de trapo.
«Claro que extraño a mi gente. Pero toca aguantar y cumplir. La gente lo agradece y eso vale. No se me dan bien las palabras” dispara con rapidez. “Llegamos apara ayudar y eso es lo que vale entre cubanos»…sentencia mientras se despide y pregunta a alguien cercano y sin timidez que hay de comer…
Nosotros confirmamos en voz baja que es verdad que no se le dan bien las palabras, pero si las acciones, que en tiempos turbulentos valen, pesan y brillan más que el oro.
Como de costumbre Daniel nos muestra interesantes historias de vida