Por Yuris Nórido
A los 81 años ha muerto en La Habana, su ciudad natal, Mario Balmaseda, actor emblemático de una generación de grandes intérpretes.
Desde su ejercicio y consagración marcó a millones de cubanos, se desdobló en personajes entrañables, estremeció desde sus maravillosos énfasis. Mario Balmaseda era un artista raigal. En silencio ha tenido que ser, Andoba, Baraguá, El hombre de Maisinicú, La inútil muerte de mi socio Manolo… son clásicos del teatro, el cine y la televisión en Cuba.
Y ahí está la impronta de un hombre que ofreció lecciones ejemplares en todas sus actuaciones, porque nunca creyó en papeles menores.
De hecho, muchos de sus personajes devinieron referentes indiscutibles del arte dramático.
Ahí está, un ejemplo entre tantos, su Antonio Maceo, en el filme Baraguá, que impresiona desde la intensidad de su mirada. O sus creaciones en obras teatrales de Eugenio Hernández Espinosa, donde recreó tipos populares, de reconocida iconicidad.
Mario Balmaseda recibió varios galardones a lo largo de su carrera (los premios nacionales de Teatro, Cine y Televisión, entre ellos), pero como a todos los grandes, le han conmovido más los aplausos y el cariño de su pueblo.
Primerísimo actor, profesor de distintas promociones de artistas, poeta, promotor cultural, Mario Balmaseda honró siempre el legado de sus maestros, de los que descubrieron y potenciaron sus dotes.
Y, recreando las marcas de identidad de su gente, encarnó lo mejor de una gran tradición cultural. Ha muerto un referente imprescindible, un artista querido por su pueblo.