No es difícil encontrar dentro del colectivo laboral de la escogida V-22-46, algún damnificado por el huracán Ian, cuando más del 67 por ciento, sufrieron algún nivel de pérdidas.
Yaquelín Ortega Rodríguez, es una de ellas, de sus 46 años de vida, 30 los lleva trabajando en ese centro, al que se reincorporó a menos de una semana del paso del meteoro y lo hizo a pesar del complejo escenario que tiene en su hogar.
Perdió todo el techo de su vivienda, “también me llevó la puerta del frente y la del fondo, las partió, lo que tengo puesto ahora son unos zincs y me desbarató dos persianas”.
Hasta la madrugada del pasado 27 de septiembre, ella, el esposo, que labora como campesino, y su hija, una joven que estudia en la Escuela Formadora de Maestros de Pinar del Río, “Tania la Guerrillera”, residían en una casa de mampostería con cubierta ligera, ahora esas mismas paredes sostienen sólo algunas planchas de zinc, recuperadas, tras ser batidas por los vientos de Ian.
“Nos arreglamos ahí en un pedacito y así estamos”, la angustia le atraviesa la voz, y cualquiera entendería que se diera un tiempo para el lamento, pero no, está en su puesto, ayudando a recuperar las hojas de tabaco tapado, casi todas ya anteriormente beneficiadas que se mojaron por las averías que sufrieron las instalaciones de la escogida.
Al preguntarle, por las razones que la tienen allí y no en su casa, su respuesta es tajante. “Hay que trabajar, ahora más que nunca me hace falta y no sólo por mí, sino por todo el mundo, ha sido mucho el desastre, tenemos que ayudar para salir de esto”.
No es la única en Pinar del Río, que pese al impacto que tuvo sobre su vida familiar el huracán Ian, pone manos a la obra para con su esfuerzo cerrar las heridas propias y las colectivas.