Santa Clara y el Che tienen una confidencia entrañable desde que en diciembre de 1958 llegó por un camino vecinal para libertar la ciudad del centro de Cuba.
Este es el lugar de sus grandes afectos, donde estableció varias comandancias, el de su estratégica batalla, el de la universidad que lo congratuló, el de sus industrias, el de sus monumentos… el de su última morada.
En casi todas las casas hay una foto suya como talismán de buena suerte, en las fachadas de los edificios, y no solo en fechas memorables, su icónico rostro está vigilante de lo que construimos.
Cada monumento a su memoria es vigencia y presencia: el de la Escuela Vocacional que lleva su nombre hecho con piedras del macizo montañoso del Escambray, donde liberó combates imprescindible y conquistó la unidad, es un llamado a la consagración, el que perpetúa la más contundente e inteligente acción militar de la Campaña de Las Villas: el descarrilamiento del tren blindado, y el de la loma del Capiro, son la confirmación de su arrojo e intrepitez.
El Che del futuro se quedó en Santa Clara: carga en brazos a un niño, es ese el monumento a su ternura.
El Complejo Escultórico Ernesto Guevara, y su Memorial, lugar para el reposo eterno, diseñados por los arquitectos Blanca Hernández y Jorge Cao, son ímpetu e inspiración.
Su inmensa estatua, en la tribuna de la Plaza, obra del escultor José Delarra, es la mirada hacia América, la esperanza del continente.
Santa Clara, se reverencia ante el héroe en el 55 aniversario de su caída en Bolivia, y lo hace suyo; Hasta la victoria, siempre.