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Con Filo: Lo bueno y lo feo tras Ian

El paso arrasador del huracán Ian por el occidente de Cuba nos puso al límite, a partir de la emergencia energética en todo el país y por el impacto directo del meteoro en Pinar del Río, Artemisa y La Habana.

 

Lo que pudo o no hacerse mejor antes de la llegada del ciclón como parte de la labor preventiva que siempre se tiene que realizar en tales circunstancias, todavía requerirá análisis.

No es posible desconocer, no obstante, que este fenómeno extremo nos golpeó en medio de condiciones económicas y sociales inéditas, que dificultan también las respuestas previas, durante y posteriores al evento natural.

Pero más que en esos factores objetivos, ahora queremos detenernos en las reacciones humanas.

El huracán Ian vuelve a exigir de nosotros elevarnos por sobre las desgracias, de la única manera posible: con acciones colectivas organizadas. Y de esa prueba, lamentablemente, no en todas partes ni en todos los momentos hemos salido airosos.

Lo bueno sigue siendo la reacción solidaria de la mayoría de nuestra ciudadanía. También es innegable el liderazgo de las autoridades gubernamentales en todos los niveles y el esfuerzo institucional, incluso cuando no se ha alcanzado la efectividad o rapidez que se habría deseado.

Pero ninguna demora o falla, suponiendo que existieran y no fueran el resultado lógico de los tremendos daños provocados por el huracán, justifica la incivilidad, la indisciplina social, ni mucho menos la actuación de algunos individuos que han aprovechado la angustia entre su gente para comportarse como matones de barrio que quieren imponernos la ley de la selva en nuestras comunidades.

Por supuesto que detrás de esas posturas violentas que han estado atentando incluso contra la agilidad en las reparaciones y recuperación del desastre, está la oreja peluda de quienes desde el exterior —y a veces desde adentro— atizan el odio ante cualquier tragedia que nos ocurra, solo por el deseo frustrado de serrucharles el piso al gobierno cubano, a la Revolución y al socialismo, que es lo mismo que decir a nuestro pueblo.

El huracán causó grandes daños físicos que más tarde o más temprano se recuperarán, no sin ardua faena. Tenemos que evaluar también en profundidad los posibles perjuicios en otras esferas de la sociedad. No podemos contentarnos con una solución temporal. Necesitamos contar con una sociedad sana, donde una minoría no pueda empujarnos al desorden social ante cualquier percance. Para ello hay que activar el efecto combinado de una exigencia enérgica del respeto a la ley con los resortes un trabajo político real en la base que movilicen las reservas de civismo y vergüenza ciudadana, a partir de la actuación cotidiana y sistemática para solucionar y dar respuesta a los problemas.

La recuperación económica es esencial para conseguirlo, pero no es la abundancia o la escasez la que nos define como personas, ni como patriotas, mucho menos como revolucionarios. De hecho, las indisciplinas e incomprensiones no han sido en Pinar del Río, el humilde territorio cuyos habitantes tanto están sufriendo por Ian y que ahora mismo tiene que ser la prioridad nacional.

Eso es algo que podemos hacer ya, ahora, para que lo feo de Ian pase y nos quedemos solo con lo bueno.

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