Con mucha frecuencia escuchamos mencionar —creo que a todas las personas en Cuba nos lo han dicho alguna vez—, el conocido axioma que debería regir la distribución de la riqueza en el socialismo: a cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo.
Pero nuestra perenne preocupación por la repartición de lo que se tiene, que ya sabemos no es óptima, y muchas veces ni siquiera es buena, deja fuera en la mayoría de las ocasiones el paso previo: el de la creación de esa riqueza.
Podríamos hasta parafrasear ese principio, para recrear otro tan o más necesario: a cada cual, su trabajo.
Sí, porque en no pocas oportunidades es más fácil exigir lo que deseamos de las instituciones o del resto de las personas, que ubicarnos en lo que a cada quien le toca hacer.
Pensemos en qué mejor de los mundos viviríamos, cuánto beneficio recibiríamos, si cada individuo hiciera lo que le corresponde, en función de los demás.
Por supuesto que esto como planteamiento general parece muy bonito, pero luego la terca realidad nos impone retos, y cadenas de desaguisados y obstáculos donde todos casi siempre podemos hallar algún pretexto para no cumplir con ese otro principio que podríamos bautizar como de producción socialista: A cada cual, su trabajo.
No quiere esto decir que no haya muchas personas en nuestro pueblo con ganas de hacer y aportar, no solo de modo formal o con su asistencia pasiva a reuniones y asambleas, sino con sugerencias y acciones valiosas para la comunidad, en su colectivo laboral o estudiantil, o en otros contextos de creación colectiva.
No obstante, todavía es pertinente revisar y perfeccionar los mecanismos de participación ciudadana en los gobiernos locales, y también en otras instancias del Poder Popular, así como la incidencia directa de los trabajadores en las empresas estatales y unidades presupuestas, en las cooperativas, y en todo tipo de centro de producción o servicio, lo cual incluye a los llamados nuevos actores económicos.
Pedir que cada quien haga lo que le toca, y empezar por uno mismo, nos permitirá no conformarnos y mantener una mirada crítica y autocrítica que nos posibilite avanzar con mayor rapidez hacia un modelo de autogestión popular mucho más efectivo del que hoy poseemos.
Ello no quita que hay responsabilidades administrativas y políticas en las personas y estructuras que deben propiciar condiciones favorables para que todas y todos podamos cumplir con nuestras tareas. Pero ya sabemos que repartir culpas y reiterar lamentos no produce prácticamente nada, salvo irritación y descontento.
A sí que arrimemos el hombro a la tarea cotidiana. Y sin olvidar ni dejar de exigir el cumplimiento de aquella máxima demasiado mentada y poco aplicada de la distribución socialista, de que cada quien reciba por sus verdaderos aportes y capacidades individuales, ubiquémonos y cumplamos también con ese principio menos defendido, y no siempre practicado: cada cual, a hacer su trabajo.