Yuri Marcos Fernández sabía que su papá estaba en las gradas; que esa tarde llevaba de 5-0 y era el momento esperado por todo pelotero: decidir un campeonato. No se apuró, se empolvaba las manos de tierra en cada lanzamiento, pero cumplió el sueño de su padre, de su equipo, de su provincia y el suyo propio. Dio un hit de oro al jardín derecho y la VII edición del campeonato de béisbol sub 23 de Cuba tuvo un nuevo campeón: Villa Clara.
Dicho así rápido y descriptivo no encierra quizás toda la emoción del último partido de este play off ante Santiago de Cuba, extendido hasta el quinto encuentro y con un vencedor en el onceno inning (4-3). Fue este cierre la mejor imagen que dejó una lid opaca en cuanto a espectáculo y muy nublada en cuanto a estadísticas, dominio del ABC del béisbol y lo más grave: distante del béisbol que necesitamos en esa categoría.
Para los naranjas del mentor Julio César Álvarez las palmas más encendidas. Fue el conjunto con mejor rendimiento en la etapa clasificatoria de los cuatro grupos, luego en la semifinal contra Pinar del Río y supieron remontar a unos santiagueros que quizás festejaron demasiado de prisa un tercer cetro en esta categoría.
Para esa generación de peloteros (por cierto Randy Alonso es uno de los sobrevivientes de aquella generación del Sub15 que ganaron en el 2016, ahora que festejamos la plata de la V Copa Mundial) lo más importante es que devuelven el rostro ganador a una provincia con tradición y respeto en nuestros clásicos nacionales. Además, oxigena su equipo elite, con el retorno de Pedro Jova, tal y como ya vimos en la pasada Serie Nacional, cuando quedaron a punto de entrar entre los ocho primeros.
Por estos días, en lo que esperamos detalles de una Liga Élite anunciada con nombres nada atractivos para la afición y que pudieron ser cambiados sin temores para no comenzar coja desde antes del primer lanzamiento, esta VII edición del Sub 23 culmina naranja de fiesta, pero muy gris en calidad real, por mucho esfuerzo que haya que reconocer para la celebración de este evento en medio de las complejas condiciones económicas del país.
Fue un torneo con más dudas en las costuras que la propia pelota usada, pues a los pocos partidos jugados (15 en cada grupo) se suman una pésima defensa (solo cuatro equipos cometieron menos de 13 errores), números casi de fantasía en el pitcheo (¿en realidad nuestros lanzadores pueden trabajar para 2,33 promedio de carreras limpias), y decenas de errores técnicos y mentales en el dominio de los fundamentos técnicos del juego.
Habrá tiempo para volver sobre el balance general que deja esta séptima edición de una lid que sirvió solo (entre comillas) como preparación para los muchachos que nos representarán en el campeonato mundial de esa categoría Sub 23. Reitero las comillas porque muchos de los que acudirán a esa lid universal no jugaron por el lógico descanso necesario tras la Serie Nacional.
De momento Villa Clara festeja y Yuri Marcos Fernández recuerda una y otra vez su sencillo impulsador. Pero si bien el equipo Sub 15 que llegó hace pocas horas a la Patria nos llenó de orgullo y se metió en el corazón a miles de cubanos por su juego alegre, integral y divertido; lo visto en el Sub 23 nos deja muy insatisfechos, preocupados y convencidos de que todavía hay mucho por hacer y por andar. Cualquier otra idea sería un espejismo.