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¿Despacio que vamos de prisa?

El inicio de la implementación de las más de 70 medidas econó­micas que se anunciaran por el Gobierno cubano en julio últi­mo ha causado mucha expectativa en nuestra ciudadanía, y en particular entre los trabajadores.

Foto: Banco Central de Cuba

El comienzo de la compra de divisas a la población a una tasa de cambio más competitiva, y ahora la explicación inicial sobre las posibilidades que existirán para la inversión extranjera en el comercio mayorista y minorista, son solo los primeros anun­cios de un proceso que proseguirá en el tiempo.

Y es necesario hacer énfasis en el término proceso. Casi to­das las acciones que se realizan en materia de economía lo son, pues no suponen soluciones mágicas ni inmediatas para los problemas que se proponen resolver.

Es cierto que las dificultades actuales que atravesamos, con carencias y efectos indeseados sobre nuestra calidad de vida, y una inflación resultante que agobia a sectores mayoritarios del pueblo y sobre todo a quienes trabajan o viven de sus jubila­ciones y pensiones, produce no solo malestar, sino impaciencia por comenzar a observar resultados concretos.

No obstante, sería populista e irresponsable decir que con una u otra medida solamente vendrán alivios inmediatos para problemas que son multicausales, estructurales en no pocos casos, y muy complejos de resolver.

Las transformaciones que se proponen, y las que desde hace ya meses están en marcha en múltiples ámbitos de la economía cubana, tanto en el sector empresarial estatal, como para los nuevos actores privados, son como un gigantesco rompecabe­zas que se completan y arman entre sí, antes de que podamos empezar a apreciar todos sus impactos.

Incluso en esa introducción y aplicación gradual de tales cambios pueden ocurrir interacciones o dinámicas entre esas medidas que no estuvieran del todo previstas y luego requieran correcciones sobre la marcha, lo cual no debe provocar tampo­co extrañeza ni descalificaciones.

Porque modificar aspectos económicos no es algo que se pueda hacer en la pureza de un laboratorio, sino que implica nexos en­tre disímiles elementos de una sociedad cuyo comportamiento se puede pronosticar, y en eso consiste la ciencia de prever, pero no manejar como un exacto mecanismo de relojería.

Mucho más cuando hay poderosas fuerzas externas —y re­sistencias internas también— que tratan de torpedear cual­quier paso que dé la Revolución cubana para el mejoramiento de nuestro sistema socialista, porque para esas fuerzas su único y verdadero propósito no es para nada preocuparse por el bienestar del pueblo cubano, sino lograr alguna vez un retro­ceso hacia el capitalismo en este país.

Las medidas aplicadas y por aplicar, pues continuarán tales novedades, inciden además sobre diferentes planos del entra­mado económico, algunos de carácter más técnico —como las más recientes sobre el comercio mayorista y minorista—, que pueden ser de difícil comprensión, porque en apariencia no nos tocan directamente como ciudadanos.

Por eso también es necesario recomendar a organismos e instancias de gobierno una traducción o tratamiento comuni­cativo lo más claro y sencillo posible, que sin dejar de profundi­zar en los detalles específicos que conlleva cada modificación, apunte hacia los fines concretos que pudiera percibir la gente, con un estimado de cuáles y en qué período se observarían sus resultados.

De todos modos, sean las medidas más fáciles o difíciles de entender, hay que acompañar este proceso desde el mo­vimiento sindical, con su estudio y apropiación en nuestros colectivos laborales. La mayoría, sino todas esas iniciati­vas, tendrán su campo de ejecución en centros de trabajo, instituciones, organismos y entidades, donde habrá traba­jadores responsables de ponerlas en marcha, seguirlas, chequearlas y exigirlas.

Porque la efectividad o eficacia final de todas esas trans­formaciones económicas, e incluso el ritmo más o menos ágil en su implementación y cosecha de sus efectos positivos, de­penderá, en última instancia, sobre todo de eso: del modo en que las acojamos, respaldemos y apliquemos por todo nuestro pueblo. Así que, como recomienda el refrán, vistámonos des­pacio —pero no tanto— con las medidas venidas y por venir, que vamos de prisa.

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