Ninguna de las dos, sería mi respuesta a la interrogante que titula este material. Jubilado no soy, aunque oficialmente lo sea; retirado de qué, si hoy tengo más tareas que hace un mes. Un plan de trabajo mayor.
No debo hablar de obligación, al menos en el ámbito laboral, no ya el doméstico. Lo aseguro porque luego de las disposiciones que me posibilitaron la jubilación —con la edad para ello y a partir de un año de cobrar el llamado salario incrementado— pude decidirme por alargar el sueño de cada día según mi deseo. Mas no fue esa la elección. Me recontraté.
Es decir, continúo mi vida laboral, ahora con la ventaja de obtener cada mes la cuantía que me ofrece la chequera, además del salario del puesto que ocupo por la nueva contratación. Pero no se llamen a engaño, todo se va. A estas alturas no se puede guardar nada, o casi nada, según la sabiduría de la canción de Silvio Rodríguez.
Si ahora laboro lo hago porque así lo dispuse en personal decisión, aunque ciertamente la necesidad económica también influyó. Sin embargo, continúa el imperativo de cumplir con las normativas domésticas decididas por muchos, y muchas, y en lo que a veces ni cuenta el criterio del protagonista: el jubilado.
Para este, mucho más si está recontratado, aumentan o se tornan más complicados los contenidos de trabajo en su casa y comunidad. No importa que hoy las colas sean mayores —se exceptúan las de los estanquillos de periódicos— menor el número de ómnibus, y más complicado conseguir cualquier cosa por pequeña que sea. Por suerte aún a mí no me han “leído la cartilla”. Pero todo llega a su debido momento.
Prevalece el criterio de que papi, abuelo, o como quieran llamarlo, puede hacer ahora lo que antes no podía. Pareciera que pocos recuerdan el recontrato del viejo, o la vieja. Ahora está jubilado.
Imagino que para muchos la nueva vida de jubilado-recontratado sea la fórmula exacta para no achantarse, ejercitar el cuerpo y demostrar que aún hay energía para enfrentar la vida.
Muchos comienzan a poner en marcha añejos proyectos, pero lo cierto es que para el jubilado, que no es lo mismo que retirado, algunas cosas cambian —para bien o para mal— pero se mantienen el gusto y la avidez por determinados placeres, tanto que en muy pocos días he rumiado varias veces por algún mal llamado pecado capital, o por alguna de las virtudes que se contraponen a tales “deslices”.