El prestigioso fotoperiodista británico —trascendido internacionalmente por sus fotografías de guerra e imágenes de conflictos urbanos—, Donald McCullin, ha afirmado que “la fotografía para mí no es mirar, es sentir. Si no puedes sentir lo que estás mirando, entonces nunca lograrás que los demás sientan nada cuando miren tus fotos”. Bajo esa premisa las creadoras del lente Daylene Rodríguez y Liza Camilo presentan parte de su obra a través de la muestra titulada Ni de aquí ni de Allá, actualmente instalada en la Mansión Castillo, en el Vedado capitalino.
Bajo un mismo interés temático: la sociedad cubana contemporánea, desde sus correspondientes visiones rural y urbana, las artistas dan cuenta de la riqueza espiritual y humanística de los habitantes de este archipiélago, así como de la arquitectura, la cultura e idiosincrasia que caracterizan la vida en dos regiones del país: una en el poblado campestre de Las Guásimas, perteneciente al municipio matancero de Cárdenas, donde nació y profesionalmente se formó Daylene y logró sus impactantes series: Después de la tormenta y El mundo de Karoline; mientras que Liza lo hace con imágenes captadas durante sus recorridos por La Habana.
Curada por Lía Milanés y Mayda Tirado García, la exposición vuelve a reencontrarnos con la sólida obra de la cardenense, quien exhibe algunas de las imágenes pertenecientes a las antológicas series anteriormente mencionadas; además de su emblemática pieza (caja de luz) titulada Perseverancia, trabajos que, amén de sus elevados valores artísticos, constituyen valiosos testimonios que forman parte del patrimonio visual de la nación, sustentado en el carácter documental de cada una de sus creaciones.
Para Liza Camilo, una neoyorkina con descendencia maternal cubana, esta es su primera exposición personal. Sus instantáneas, a todo color —a diferencia de las de Daylene, en blanco y negro—, obtienen el reconocimiento del espectador sobre la base de la “ingenuidad” visual del visitante extranjero que se apresura a captar momentos que les resultan significativamente expresivos, sin conocer que se trata de propuestas o ideas trilladas por otros que ya han buscado en la vetusta urbanidad habanera y el destructor paso del tiempo sobre esta, discursos que siempre llaman la atención y en los que igualmente se incluyen los enigmáticos almendrones, los bici-taxis y otros elementos propios de la vida social en la capital.
Sin embargo sus fotografías poseen otros significativos valores, sobre todo técnicos, encontrados en los ángulos, las composiciones, los primeros planos y el énfasis en el cálido color del Caribe. Buen paso para iniciar una carrera en la que puede descollar a través de narraciones más conceptuales y novedosas.
Ni de aquí ni de Allá es un loable contrapunteo entre dos mujeres pertenecientes a una misma generación y que bien vale la pena resaltar como experiencia muy importante en la formación de Liza, quien pudiera aprehender de su colega que la fotografía documental no solo se circunscribe al periodismo o la naturaleza, sino que a partir de esta se pueden lograr trabajos con extraordinarias dimensiones artísticas. Todo consiste en determinar que zona de la realidad que tenemos ante nuestro ojos reproducimos, al punto que pueda ser modificada para adjudicarle otros matices interpretativos diferentes.
Liza, como lo ha logrado Daylene, está en condiciones de identificar, y mostrar mediante su mirada creativa, la sociedad o cualquier otro tema de interés, con el fin de que el más diverso y exigente observador encuentre en cada fotografía algo distinto. En tal sentido, vale recordar las palabras del también británico maestro del lente, Cecil Beaton, quien sentenció: “No se puede enseñar a la gente a hacer fotografías, deben aprenderlo de la mejor manera posible. Pueden aprender mirando imágenes… pero en realidad no se relacionan íntimamente con el medio hasta que han logrado algunas malas tomas”.
Ambas de formación autodidacta, Daylene y Liza, con este proyecto instalado en la Mansión Castillo, demuestran la utilidad y necesidad de confrontaciones artísticas como esta, en la que, ante todo, subyace extremo interés y amor por un arte que desafía la imaginación al reinterpretar la realidad y transformarla en imágenes. No debe obviarse que el fotógrafo debe desempeñar su oficio como el de un pintor y expresarse creativamente sobre la base de ideas que se construyen y conceptualizan en su conciencia individual a partir de la realidad que encuentran en su fértil camino de búsquedas, y hacerla suya con el fin de crear en el espectador disímiles emociones.