Vamos a recuperar la zona industrial
Los matanceros vamos a salir adelante y a recuperar la zona industrial en el menor tiempo posible, expresó Osmar Ramírez Ramírez, secretario general de la CTC en la provincia, al evaluar lo mucho que queda por hacer luego de sofocado el incendio de grandes proporciones en la Base de Supertanqueros.
“Los trabajadores tenemos que empezar a organizarnos en jornadas productivas en horario laboral, y también los fines de semana, con ese propósito. Creando las condiciones y hasta donde lo permitan los recursos de que disponga el país, se va a ir recuperando la zona industrial. Lo que más falta hará son hombres y mujeres, y eso lo tenemos”, aseguró.
El objetivo es ir borrando las huellas más visibles de la devastación que dejó el siniestro, aun cuando a corto plazo no se pueda contar con las inversiones significativas que requerirían instalaciones de tal magnitud y complejidad. “Esa es también parte de la imagen de nuestra bahía, y en Matanzas vamos a dar la vida por eso”, enfatizó.
El dirigente sindical expresó su convicción, “a partir de lo visto en esos días, donde ninguna organización quedó atrás, encabezadas por el Partido y el Gobierno, no hubo que convocar, la gente ha ido sola a ver qué podía hacer y cuál tarea le correspondía”.
Recordó que desde la noche del 5 de agosto cuando comenzó el incendio el movimiento sindical enseguida se sumó para acompañar el enfrentamiento. “Nos dimos cuenta de que había mucho riesgo de accidentes y que era necesario atender a las fuerzas involucradas en su control, porque iba a tomar tiempo”.
Proteger a las personas era esencial, algo consustancial al socialismo, para que no hubiera más pérdidas de vidas humanas, y se desplegaron los esfuerzos para respaldar a quienes estaban en el combate contra el fuego, en particular los bomberos, razonó.
Fueron muchas las tareas a coordinar con las empresas del territorio y todas aportaron su granito de arena. Resaltó además el apoyo de las micro, pequeñas y medianas empresas, y los trabajadores por cuenta propia. “Ha sido grandioso, han contribuido de forma excepcional”. Crearon grupos por Whatsapp, y desde ese día la zona industrial fue atendida por los organismos y por los negocios particulares. “Se ha derrochado amor” para brindar su aporte a los que combatían el fuego, y también en los hospitales y centros de evacuación, valoró. “Es lo que inculcó Fidel en este pueblo y que ha salido a flote otra vez en esta terrible circunstancia”.
Padre e hijo del Saratoga a Matanzas
“Estuve ahí cerca, me las vi grises cuando la estera cogió candela”, recordó Eligio Herrera Blanco, mientras a su lado le daba la razón con un gesto, su hijo de solo 24 años y compañero de trabajo, Eliecer Herrera Rosas.
Esta singular pareja de operadores de retroexcavadora fue movilizada expresamente para ir a Matanzas desde la Zona Especial de Desarrollo Mariel a participar en la construcción a contrarreloj de diques o barreras de tierra alrededor de los tanques de combustible que luego sucumbirían ante la fuerza de las llamas, una medida preventiva que resultó crucial para contener la propagación del incendio y evitar el vertimiento de petróleo hacia la bahía.
¿Por qué motivo? Ellos ya habían desempeñado un papel decisivo tras la explosión en el hotel Saratoga en mayo último, donde se destacaron por su cuidadosa labor de escombreo durante la búsqueda de víctimas fatales en el accidente de La Habana.
“Allá fue sobre todo la tristeza, pero aquí sí hubo mucho peligro”, narraron, al evocar un momento cuando al verter tierra en una fosa emergieron llamas que pusieron en peligro al equipo y a sus tripulantes. “Fue como echarle pólvora, tuvimos que maniobrar rápido para que no se prendiera el depósito de combustible”.
Este padre e hijo dejaron además otra “candela” en su casa en Bahía Honda, por la preocupación familiar ante esa misión tan difícil a la cual se incorporaron en pleno apogeo del siniestro, cuando al muchacho lo esperaba además la esposa embarazada de cuatro meses, con el futuro primer nieto o nieta de su papá y jefe.
Curación del cuerpo y la mente
Garantizar todas las curas programadas para las personas que resultaron lesionadas en el incendio de Matanzas es una de las tareas que debe ocupar todavía durante varias semanas al colectivo del Hospital Faustino Pérez, informó la doctora Tahymí Martínez Naranjo, su directora.
La pasada semana allí comenzaron ese servicio tres veces por semana a casi un centenar de pacientes, lo cual implica una revaluación de las lesiones en esas consultas, para poder calcular el porcentaje de la piel dañada y el tipo de quemadura, y así determinar el tiempo de atención que requiere cada caso, lo cual según la gravedad puede oscilar entre 15 y 21 días, o hasta más.
“Lo normal en este tipo de tratamiento es una cura inicial por especialistas de caumatología y luego las programadas se continúan en las áreas de salud, pero el Hospital se preparó y tiene los recursos para hacerlo acá”, aseveró la doctora, quien destacó el apoyo del Ministerio de Salud Pública y también las múltiples donaciones recibidas, con material para ese tipo de procedimiento.
“El material de curación está garantizado, incluso para esa gran cantidad de pacientes”, aseguró. Para que se tenga una idea lo que representa este accidente en relación con el comportamiento habitual, explicó que la sala de quemados, incorporada hace tres años, solo tiene siete camas y su ocupación casi nunca sobrepasa el 50%, bajo el cuidado de dos especialistas y diez residentes.
La doctora Tahymí apuntó la excepcionalidad que tuvo este accidente en la provincia y hasta el país, con 49 pacientes recibidos en los primeros 15 minutos del evento, lo cual fue un reto asistencial inédito. “Fue muy difícil ese día, lo principal es la clasificación y atención en la primera hora del arribo, decisiva para salvar vidas. Hubo que desplegarse hasta en el lobby del Hospital”, recordó, al destacar el apoyo de todo el personal médico y de enfermería, incluso de los estudiantes de medicina, que acudieron a reforzar.
Al mencionarle la otra gran emergencia reciente que vivió el territorio por la Covid-19, la directora expuso las diferencias entre ambas situaciones, de donde se sacaron lecciones en aspectos como la gestión de la cama hospitalaria, en la atención a pacientes y acompañantes, así como el manejo de una alta ocupación.
“En lo emocional este incendio fue algo muy fuerte. Matanzas en llamas, contaminándose, y quienes vinieron a defender lo que uno ama… Fue un momento de mucho dolor, susto, estrés”, dijo.
Elogió la disciplina de bomberos y rescatistas ante la atención médica. “Son personas que llegan y saben que tienen que aguantar, que quieren ayudar al médico a que los trate. Eso fue muy conmovedor”, dijo, entre anécdotas que prueban ese arrojo.
El otro acompañamiento que tendrá continuidad es la imprescindible atención psicológica que requieren las personas accidentadas y sus familiares. Ese soporte emocional comenzó desde la recepción de los pacientes, con un pequeño equipo de cinco profesionales de la salud mental, y se debe mantener durante las curas y luego por consulta externa, en procesos cuya duración dependen de la respuesta de cada individuo ante el estrés postraumático.
“Creo que todos van a necesitar ayuda psicológica después de este evento. Es un apoyo que a veces se subestima, pero es importante porque da herramientas de enfrentamiento”, concluyó.
Cómo no voy a llorar a mi hijo
El Velasco, en plena urbe matancera, no imaginó hospedar a parte de la familia de los que fueron a salvar la Base de Supertanqueros y aún no regresan. Son los clientes que un hotel nunca quisiera tener.
En la barra del lobby, recostado al mostrador, despacio, sin prisa, Rolando Martínez se bebe un café. Tiene los ojos fijos en aquel televisor, en el fuego devorándolo todo, en el humo, los bomberos, en la manguera soltando chorros de agua. “¿Dónde estará el mío?”.
El 5 de agosto, antes de salir de La Habana, Raciel Martínez Naranjo, de 36 años, llamó a su padre: “Me voy a una misión a Matanzas”. Él le dio su consentimiento, y el joven se subió a la pipa y condujo hasta la zona industrial de la urbe yumurina.
En Palma Soriano, Santiago de Cuba, una angustia profunda se sintió cuando llamaron para avisar… Con la esperanza de una mejor noticia los padres y la hermana de Raciel llegaron a El Velasco. Poco después, los familiares de los desaparecidos pasaron a un salón para reunirse con dos compañeros del Ministerio del Interior. Les dijeron que plantearan lo que quisieran, que hablaran.
Rolando fue el primero: “Yo soy un agradecido de la Revolución. Sé que ahora mismo millones de cubanos y de otras partes del mundo están con nosotros…, pero este sentimiento de dolor nada ni nadie no los quitará”, y el llanto le amarró la voz, por unos segundos.
“Me he preguntado qué debió hacerse ante el peligro representado por esos tanques, que se estaban calentando, si había que retirar a las fuerzas de allí. No me estoy quejando, pero hay que reflexionar, sacar experiencias, seguir capacitando a los combatientes para evitarnos sufrimientos tan grandes.
“Yo vi echar agua con mangueras muy estrechas, y uno sabe que aquí no tenemos toda la tecnología para enfrentar un incendio así. Yo culpo al bloqueo de los Estados Unidos por eso, por impedir comprar cosas que mi país necesita.
“En Cuba están sucediendo problemas muy difíciles. El Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez gobierna el país en condiciones duras, pero hay que apoyarlo, ayudarlo, unirnos todos”.
Pasarán los años, y “seguiremos recordando a nuestros seres queridos, los que vimos crecer y formamos, fíjense si los formamos, que dieron el paso al frente, al igual que lo hicieron muchos como mi hijo que estuvo en el Saratoga”.
Raciel y su madre siempre fueron muy unidos. Él le profesaba un amor bonito, de llamadas diarias desde La Habana y siempre al tanto de ella, preocupado. “Mamá, si algo me llegara a pasar un día no me guardes luto, no vayas a sufrir”. María Eugenia se pasa el pañuelo por los ojos: “Pero él es mi hijito, cómo no voy a llorarlo”.
Vigilantes de la naturaleza
Por tres días el joven jefe del grupo de pronósticos, Elieser Santiesteban Frutos, no se movió del Centro Meteorológico Provincial en los inicios del incendio en Matanzas. Cada una hora debían entregar a las autoridades un parte de la velocidad y dirección del viento, la altura de la columna de humo y la posibilidad de lluvias sobre la zona prendida, de lo cual dependían las decisiones para salvaguardar a los habitantes de la ciudad.
Triangulación de datos entre las siete estaciones meteorológicas de la provincia, comunicación constante con la de Varadero por ser la más próxima al lugar del siniestro, estimación por expertos y colaboradores desde distintos puntos de la geografía yumurina, todo entró en juego para sortear posibles contaminaciones del aire, en cuya medición intervinieron varias instituciones nacionales.
Pero la vigilancia sobre el medioambiente después de un suceso de esta índole se extenderá durante meses, según comentó Oscar Luis García, delegado del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) en Matanzas. “Aunque no parece haber afectaciones permanentes o severas, ante fenómenos así pueden presentarse efectos locales, pues son procesos no lineales en la naturaleza”, razonó.
Las barreras de contención que se construyeron alrededor del siniestro constituyeron una oportuna salvaguarda para un ecosistema que es sagrado en esa urbe, la bahía de Matanzas. “En las instalaciones de Cupet existe una cultura de ese tipo de medida preventiva ante derrames de petróleo, aunque igual habrá que estudiar las profundidades del subsuelo para descartar filtraciones del combustible”, apuntó.
Desde Matanzas hasta Pinar del Río la red de estaciones científicas del Citma continuará el monitoreo de diversas variables, en relación con la calidad del aire, el agua y el suelo, así como la vigilancia de los cultivos y los movimientos de las aves. “Hay series históricas sobre el comportamiento de tales aspectos, y ante un desastre ambiental siempre se hacen estudios posteriores para descartar cualquier cambio”, expresó el delegado.
Levantar todo otra vez
Con el paisaje a sus espaldas de toda la devastación que dejó el fuego, Rigel Rodríguez, director de la División Territorial de Comercialización de Cupet en Matanzas, expresó que el objetivo será devolver la vitalidad a los servicios afectados.
Además de los cuatro tanques destruidos por el fuego, se perdieron las líneas o conductos que intervienen en el almacenaje de los combustibles. “Primero habrá que levantar toda la tubería desecha, y después prepararnos para recuperar los sistemas”, afirmó con una ecuanimidad digna de admirar.
La otra batería con igual número de tanques no fue afectada por la catástrofe, pero sí se arruinaron conductoras comunes a toda la instalación que transportaban el carburante desde los buques.
Ya antes de que se enfriara la zona los expertos habían comenzado a evaluar los daños y la cantidad de líneas que se requerirían reponer, para calcular los recursos necesarios, mientras en paralelo acometían las primeras labores de limpieza.
Hay zonas que no fueron dañadas, explicó Rodríguez, como el área de supertanqueros, la de bombear combustible a las termoeléctricas Guiteras y Santa Cruz, el sitio a donde llega el oleoducto con las producciones de petróleo de occidente y centro, o los muelles.
Aquí lamentan otros perjuicios muy sensibles. El laboratorio con acreditación internacional donde se realizaban los ensayos químicos, se perdió completamente, también los talleres de mantenimiento, de automática, de electricidad. “Es una situación bien compleja”, resumió.
Rodríguez estimó que habrá necesidad de movilizar fuerza de trabajo adicional en la medida que avance la recuperación, aunque todavía en la zona de los tanques no sería oportuno realizar acciones, hasta el fin de la búsqueda de personas desaparecidas.
“En las áreas exteriores hay que recoger una gran cantidad de desechos y va a ser oportuno contar con todo el apoyo posible”, indicó. Ya desde el jueves de la semana pasada habían comenzado a extraer escombros con equipos de izaje, quedaba habilitado el sistema contraincendios de los tanques salvados, y se preveía la revisión del sistema automático para la detección de incendios.
“Se va a necesitar una gran cantidad de fuerzas, en función de los recursos que se tengan y las tareas que se vayan a cumplir. Esta es la principal prioridad ahora mismo de Cupet”, afirmó.
En la división comercial de Cupet en Matanzas laboran cerca de 600 trabajadores habitualmente, lo cual incluye los puntos de gas licuado y la atención al cliente. “Hay dolor en el colectivo, es muy difícil lo que ha pasado”, expresó, al narrar que hay quienes lloraron al regresar a la base después del siniestro.
Al momento de conversar con Rigel algunos trabajadores no habían vuelto a la empresa, para evitar alguna imprudencia mientras se liquidaba el incendio. “Pero también hay mucho ánimo para empezar a recuperar lo que tenemos y levantar todo otra vez”.