Han pasado años y todavía la doctora Regla Rodríguez Pedroso se emociona al recordar el día en que, de forma casual, estuvo involucrada en un parto.
“Transcurría el año 1969. Yo salía del pre de la Víbora e iba corriendo a estudiar francés en la escuela ubicada en la Manzana de Gómez. Ese día, al terminar las clases, fui a coger el elevador y entonces, entró una muchacha que estaba embarazada y pedía ayuda: “Estoy pariendo…”, dijo. Junto a mí estaban tres hombres que me miraron asustados y expresaron: ‘Haga algo usted que es la mujer’. Expresé que no sabía nada de eso. La muchacha, que no debía tener más de 20 años, me miró angustiada.
“¡Ay, mira cómo estoy echando agua, estoy sola!”, expresó en un sollozo y se sentó en una esquina de elevador. Nos percatamos que no se podía perder tiempo. Dos de los hombres se quitaron las camisas y la pusieron en el piso para que ella se acomodara. Cuando ella se quitó el blúmer, ya la cabeza del bebé estaba afuera. No había roto completamente la fuente y el angelito traía la membrana pegada en la cabecita. Nunca había visto algo así, me pareció que era algo extraño.
“Las manos me temblaban como una hoja. ¡Yo casi era una adolescente! Ni en películas había visto el nacimiento de una criatura. Pero aquella mujer me daba fuerzas. Parece que se dio cuenta de mi inseguridad porque alegó: ‘Dale, que ya lo más malo pasó’. Uno de los individuos, como si fuera el padre, la conminaba: ‘puja, puja…’. Finalmente, se produjo el alumbramiento. Era una niña bella, con mucho pelito. La envolvimos en una de las camisas, y la puse en sus brazos. Aún no se había cortado el cordón umbilical.
“Apareció un Anchar (Asociación Nacional de Choferes de Alquiler). Por cierto, el chofer conocía a uno de los participantes en aquella odisea. Ella pidió que la lleváramos para el hospital Ginecobstétrico América Arias. La acompañé. Supe que le decían Chiquitica. Ya encaminada, con la atención de los médicos, me dijo que le diera un besito; luego preguntó mi nombre y en qué pre estudiaba. Lo supo porque yo andaba con el uniforme puesto. Le dije que mi nombre era Regla, pero todos me decían Michelena, y estudiaba en el Preuniversitario de la Víbora.
“Pasaron como tres meses, y un día, el director de la escuela me fue a buscar al aula: ‘Michelena, te busca una señora que anda con un recién nacido en los brazos’.
“Imaginé de quién se trataba. En efecto. Allí estaba Chiquitica, quien de inmediato expresó: ‘¡Ay, Regli, qué deseos de verte tenía! ¡Tú fuiste mi doctora!’. Yo me quedé sin palabras, hasta que le dije que yo no había hecho nada. Ella respondió: ‘¡Tú lo hiciste todo, tan jovencita y no me dejaste sola!’. A ella se le salían las lágrimas y a mí también.
“Luego, agregó: ‘¿Sabes cómo se llama…?’, expresó. ‘Le puse Regli, igual que tú’. Era una niña de ojos azules, preciosa. Ese día la cargué un poquito porque yo no sabía ni quiera cómo coger un bebé”.
La historia quedaría en los recuerdos de esta cubana como uno de los pasajes más hermosos de su existencia. Pasaría algún tiempo para que Regla se convirtiera en médico y, además, culminara la especialidad de Ginecología y Obstetricia.
Cumplir un sueño
Desde que era una niña, Regla Rodríguez Michelena (luego de joven adoptó el segundo apellido de la madre, Pedroso) tenía el sueño de estudiar Medicina. “Era la doctora de mis muñecas, de mis hermanos y de mi perrito. Así que estaba decidida a cumplir ese deseo”.
Por poco, la vida la lleva por otros caminos. “A inicios del último año del pre, a la escuela fueron compañeros de diferentes especialidades para hacer la captación. A mí me entrevistó un periodista, no recuerdo su nombre. Al terminar, comentó que tenía habilidades para el periodismo, pues me expresaba correctamente y tenía buena redacción. En realidad, a mí me gusta leer mucho, estar informada, y también escribir poesías, pero tenía muy bien definida mi vocación.
“Cuando pusieron el listado de las carreras otorgadas, yo aparecía en Periodismo. Me dio un ataque de llanto. Fui con mi mamá a ver a aquel compañero, que, por cierto, andaba por Matanzas. Felizmente, se pudo subsanar la situación y en septiembre de 1970 matriculé la carrera. Los dos primeros años transcurrieron en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana Victoria de Girón.
“Fue una etapa muy linda. En esa época, el Comandante en Jefe Fidel Castro iba a la escuela a jugar básquet. Fidel nos daba el de pie, lo mismo a las 10 de la noche que a la una de la madrugada.
“Allí formaba su equipo con alumnos del Instituto y se enfrentaba al de la escuela. Él le decía a nuestro capitán de equipo: ‘Si tú no me empujas y tratas de quitarme la pelota, vas a estar todo el tiempo en el piso’. Al muchacho le daba pena, hasta que le arrebató la pelota a Fidel y éste cayó al suelo. Enseguida uno de la escolta corrió hacia el muchacho. El Comandante lo detuvo. Le dijo que mientras estuviera con los estudiantes, no quería verlos por allí.
“Si en medio del juego, empezaba a llover y alguien sacaba un paragua para taparlo a él, enseguida preguntaba: ‘¿Y dónde están los paraguas para todos estos muchachos?’. Era inigualable.
“Le gustaba conversar con nosotros. Quería saber qué desayunábamos y comíamos. Gracias a él se creó en Girón una cafetería con una merienda buenísima. Nos hablaba de la vida, de la disciplina; le gustaba oír anécdotas y recalcaba la importancia de ser buenos médicos y preocuparnos por las personas más humildes. En una ocasión nos preguntó qué especialidad íbamos a estudiar. Se dirigió a mí y me dijo: ‘Morita de los ojos grandes, ¿qué tú quieres ser?’. Le respondí que clínica o cirujana. Él agregó que le gustaban las personas que tenían claro lo que deseaban ser en el futuro.
“A Fidel le gustaba la asignatura de Embriología e iba a escuchar algunas clases. Siempre pedía permiso para entrar al aula y era el alumno que más preguntas hacia al profesor.
“A partir de tercero al quinto año, estuve en el Clínico Quirúrgico Diez de Octubre. En esa etapa, conocí casi todo el país. Estuve en un lugar conocido como Jiquí, en Santiago de Cuba y en Florida, Camagüey. También en Guantánamo, ahí cubría una posta médica, en la cual atendíamos por el día a niños, a los adultos por la noche y a trabajadores cañeros a cualquier hora. El sexto año de la carrera lo pasé en San Juan y Martínez, en Pinar del Río.
“A mediados de 1976, los 500 mejores graduados, fuimos seleccionados para subir la Loma del Taburete, en Pinar del Río. Era el sitio donde se entrenó la guerrilla del Comandante Ernesto Guevara. Me acuerdo, que cuando íbamos por la mitad del recorrido de la loma, encontramos un escrito del Che tallado en una madera, que decía: ‘No es lo que ha recorrido, sino, lo que falta’”, añadió.
Un paso importante en su vida fue la provincia de Ciego de Ávila. Ahí llegó para hacer el posgrado en el hospital general Dr. Antonio Luaces Iraola. “Iba por tres años y me quedé ocho. Me enamoré, tuve a mi hijo y en 1984 retorné para el Hospital Nacional. Ya Ricardo Axel, mi pequeño, tenía dos años de edad.
“Luego, en el llamado Período Especial, me trasladé para el Policlínico de Luyanó, como profesora de Ginecología, atendiendo 16 Consultorios del Médico de la Familia. En 1994 me trasladé para el hospital Hijas de Galicia. Ahí me hice Master en Atención Integral a la Mujer y Profesora Asistente. Estuve hasta el año 2017 en que me jubilé, pues tuve que dedicarme al cuidado de mi mamá, quien estaba muy enferma. Ella falleció en el 2020”, alegó.
En las palabras de Regla aparece el agradecimiento a las enfermeras. “De ellas aprendí mucho, te decían hasta cosas que no estaban en los libros. Siempre, en mi consulta, fueron mi mano derecha.
“A la Revolución le agradezco la oportunidad de ser médico. Soy una mujer de la raza negra, de la clase pobre, que ha podido cumplir, como muchísimos, sus sueños. Papá era maestro de la construcción y mamá, aunque estudió violín, se dedicó a la costura. Somos de un país que no miro la raza para que pudieras estudiar, sino el interés y el esfuerzo. Todos en la familia son universitarios: una hermana es estomatóloga, la otra es bioquímica y mi hermano ingeniero mecánico. Mi hijo es profesor de Instituto Superior de Arte. Todos los sobrinos también han realizado estudios universitarios”.
A su familia agradece sus valores. “No había que comprarnos un regalo para sacar buenas notas. Las palabras de estímulo de mi mamá eran: ‘¡qué bueno que aprobaste!’. Otras veces mi mamá me decía: ‘te hice, tu plato favorito: potaje de chícharo colado’. Para mí ese era el presente más grande. Nos criamos en el amor a la familia, a los adultos mayores, a la Patria; con normas básicas de educación: tratando a las personas de usted, buenos días, y el aquello de auxiliar a cualquiera que tuviera un problema”.
Hoy junto a tu esposo Idalberto Durán Babastro, artista plástico, quien lleva dos proyectos comunitarios en la barriada de Lawton, en el municipio Diez de Octubre, ella sigue aportando a la comunidad.
“La gente dice: ‘Ustedes salieron de un buen vientre’. Yo les respondo: El vientre grande fue la patria, la otra parte la puso la familia.
“Con la profesión escogida fui feliz. En algún momento quise ser hasta cirujana, pero después de estar en un salón y ver nacer a un niño, cómo abren los ojitos, comprobar que está enterito y la mamá está bien, decidí dedicarme a mi especialidad: yo empecé vivir para esas personas Tuve una bendición: todos los partos que realicé tuvieron un final feliz, incluyendo de prematuros, y gemelares. Ese fue el premio mayor. Por ahí encuentro a mujeres que afirman: ‘¡usted fue mi doctora!, son muchas’”, subrayó y agregó que, aunque no hizo periodismo, ha escrito poesías dedicadas a los recién nacidos y a la embarazadas.
¿Y nunca más volvió a saber de Chiquitica?
Perdimos la conexión. Creo que era el año 1991, alguien en el trabajo me dijo que me buscaban. Era Chiquitica, la mujer a la cual yo le había hecho el parto, y venía con Regli, quien ya era una bella jovencita que estudiaba medicina.
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