Con consternación, los artesano artistas de Cuba recibieron la noticia del fallecimiento, este lunes primero de agosto, de uno de sus más prolíficos creadores, Héctor Correa Almeida (Matanzas, 1955), fundador de uno de los proyectos socio-culturales más importantes del país, de trascendencia internacional, en su finca La Coincidencia, ubicada a unos siete kilómetros de Coliseo, rumbo a Jovellanos desde la ciudad de Matanzas, más conocida en el mundo artístico como La Finca de los Correa.
Denominada por sus habitantes como Guasimal del Toro, allí Héctor hizo posible que encontraran trabajo y estudio 12 familias, en su mayoría representadas por sus jóvenes miembros, quienes se integraron a un programa de desarrollo artístico basado en la ecología, pionero en su tipo en Cuba, idea que comenzó a amasar desde que el guajiro amable y emprendedor criado en el campo con sus abuelos españoles (isleños) tenía apenas nueve años de edad. “En la medida en que iba creciendo me emocionaba más la idea de desarrollar mi vida y tener mi familia en este lugar…”, me expresó Héctor en una entrevista hace ya algunos años.
La vida laboral de Correa empezó en una cooperativa. Luego realizó investigaciones para la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey. Pasados diez años, en 1989, tras cancelar su primer matrimonio y casarse con Odalys Marrero Nodarse, licenciada en Historia del Arte, logró el sueño de su vida: obtener la vieja casa de madera que existía en aquellos relegados terrenos… Unos meses después se desplomó el techo…
Entonces construyó una sencilla vivienda de mampostería en cuya arquitectura sobresale la mano hacendosa del maestro artesano. De inmediato, comenzó a levantar alrededor de la morada un paraíso terrenal, ampliado tras la concesión de varios terrenos adyacentes que dedicó al cultivo de mangos. En poco tiempo aquella posesión obtuvo la denominación de finca diversificada de referencia, adjunta a la Cooperativa de Créditos y Servicios Nicolás Nodarse.
Con el apoyo y auspicio del entusiasta presidente de la Asociación de Artesanos Artistas (Acaa) en Matanzas, Antonio Pérez Herrero (Tony), durante una de mis visitas a La Coincidencia, su artífice mayor recordaba que allí formó “una familia auténticamente campesina, cuyos estrechos vínculos con el campo y el arte les han posibilitado una encomiable calidad de vida”. Luego se hizo ingeniero agrónomo y prontamente, tras residir en aquel lugar, inició el desarrollo —junto a su esposa— de la cerámica artística, a la que también se incorporaron, desde la infancia, todos sus hijos, los que alternan sus estudios con tan noble ejercicio artesanal.
Formados de ese modo, Héctor Luis Correa Acosta (hijo del primer matrimonio) y Pedro Héctor y Héctor Manuel Correa Marrero (de la unión con Odalys), en tanto producen sus obras artísticas —la mayoría de ellas comercializadas con éxito a través del Fondo Cubano de Bienes Culturales—, disfrutaban de aquel idílico entorno junto a otros trabajadores contratados para las labores del modelado, decoración y horneado de las piezas elaboradas con la fusión del barro que traen desde Camagüey y Pinar del Río, además de otro grupo especialmente dedicado a las tareas agrícolas, guiados por la erudición científica del ingeniero agrónomo.
En el taller-escuela-galería-granja agrícola ideado por Correa se desempeñan 22 personas cuyo promedio de edad es de 25 años. La Coincidencia es en la actualidad el único proyecto de su tipo existente en Cuba, donde bajo los cantos del sinzonte y el rápido aleteo del zun zún, el arte emana entre el alboroto de cientos de animales de corral: aves (pavos reales, gallinas, gallos, palomas), cerdos, vacas, toros, conejos, jutías, curieles, iguanas, perros y gatos, en un ambiente de espectacular lirismo rural en el que crecen cedros, caobas africanas, majaguas, palmas reales, moreras, casi 100 tipos de árboles frutales y más de 20 variedades de bambú —adquiridas en el Jardín Botánico de Cienfuegos—; mientras que entre las producciones para la cooperativa, de las nueve hectáreas con que cuenta la finca varias de ellas están destinadas al cultivo de maíz, frijoles y plátanos, amén del fuerte de su cultivo que es el mango.
Asimismo cuentan con plantas medicinales, café, quimbombó, habichuela, boniato, calabaza, yuca, malanga… “Este era un terreno improductivo. Ahora no hay un solo pedacito que no produzca algo. Ver la tierra inutilizada me causa dolor”, afirmaba Héctor Correa, quien garantizaba la calidad de sus cosechas mediante el uso de un añejo molino de viento destinado a los regadíos y el empleo de estiércol de ganado como fuente de bioenergía, pues —dice— “si se aplican muchos herbicidas la tierra se convierte estéril”.
Proyecto asimismo agroecológico y de producción sustentable, todos los meses es visitado, a través de la Agencia de Turismo Cultural Paradiso, por cerca de 300 turistas de varios países, además de curiosos cubanos y extranjeros, quienes vienen a contactar la grandiosidad de una obra surgida, ante todo, por el amor a la tierra, devenida asimismo fuente de enriquecimiento espiritual para esa comunidad de campesinos.
En La Coincidencia, cuyo nombre —según me dijo Correa— se debe a que este es un proyecto no pensado, sino nacido de forma espontánea, es decir, surgió por la coincidencia de diferentes personas con distintas aspiraciones para el arte y la agricultura.
Una de las áreas más acogedoras de este sitio es la pradera de las esculturas —febril conjugación de arte y naturaleza—, en la que tanto los integrantes del taller de cerámica, como los que lo han visitado —entre ellos grandes maestros de la plástica insular— han dejado su impronta en piezas de medianos y grandes formatos en barro cocido. El conjunto está próximo a un fastuoso salón de conferencias al aire libre, bajo una profusa arboleda, construido —butacas y mesas— con piedras extraídas del lugar.
Este lugar ha sido sede recurrente de la realización del internacionalmente reconocido evento Arte del Fuego, organizado mediante relaciones de amistad y solidaridad a través de la creación artística del barro. Auspiciado por la Acaa en Matanzas, el encuentro alcanzó notable prestigio por la calidad de las piezas que se realizan durante su desarrollo, además de la trascendencia de las conferencias, talleres, exposiciones y otras iniciativas de trabajo con la comunidad.
Para garantizar el mejor desarrollo de este encuentro los Correa y su equipo crearon condiciones de vida y de trabajo para los visitantes, tales como la construcción de una galería de arte, un dormitorio para unas 50 personas, la ampliación de los comedores y las áreas de creación artística con arcilla, donde se acometen obras con diferentes técnicas como el rakú y el quemado primitivo en hueco.
“En sus inicios, por la parte cubana, el proyecto contó con el apoyo del Estudio Galería Los Oficios, y la Casa Fundación Taller Pedro Pablo Oliva, así como de la Fundación Caguayo, la cual apostó por él y se ha mantenido como uno de sus principales coauspiciadores”, me dijo Héctor. “Igualmente —agregó— se sumaron muchas instituciones matanceras lideradas por la filial provincial de la Acaa, y numerosos artistas locales y de renombre internacional”.
Héctor Correa reposa en su paradisiaca finca, donde crecen el arte y la palma, donde anida el amor y canta el Ruiseñor, lugar que el erigió para que se esparcieran sus cenizas entre la brisa campestre.