¡Coincidencia tremenda la de julio! Es el mes que más veces un ser humano ha estado cerca del cielo por esfuerzo físico. ¡Qué bárbaro el atleta de apellido ascendente! Javier Sotomayor! En par de ocasiones escribió con un salto la posibilidad exitosa de desafiar cualquier tope deportivo. ¡Qué altura la de 2,45 metros! Imposible de soñar 29 años atrás como difícil es vaticinar su caída en este 2022.
La tarde del 27 de julio de 1993, Salamanca, España, vivió con uno de sus ídolos internacionales la cumbre de cualquier atleta. El XXI Gran Premio de Atletismo de esa localidad hubiera pasado inadvertido sin el mayúsculo récord del que muchos consideran, con justicia, el más grande deportista cubano del siglo pasado.
En el mismo escenario, pero un quinquenio atrás, el 8 de septiembre de 1988, Sotomayor burló con fresca juventud la endiablada altura de 2,43 metros, lo cual significó su primera marca mundial y la de “mayor regocijo de todas por no ser planificada”, confesaría luego.
Pero volvamos a la tarde del 27 de julio. El cubano estiró los músculos con un discreto 2,23 y aseguró el oro con el segundo intento sobre 2,32. Luego solicitó 2,38 con un doble propósito: probar su concentración ante una elevación respetable y perfeccionar la técnica de la carrera y el despegue. En la primera oportunidad, el cuerpo del Soto flotó limpio por encima de la varilla.
Las preguntas en las gradas versaban alrededor del próximo salto. ¿Intentará directo el récord mundial? ¿Pedirá una altura intermedia para probar? Mezclado entre el público, su entrenador Guillermo de la Torre, guardaba en silencio la estrategia. Una corazonada le decía que era ese el día esperado, Sotomayor sí podría.
La escena más impactante no pudo ser. Un centímetro más arriba de la anterior primacía del orbe, 2,44, así lo reclamaba. Soto miró una sola vez la varilla y cerró los ojos. Un ligero roce con la espalda derribó el listón en la primera oportunidad, pero quedó intacta la esperanza. Volvió al reposo y pidió calma a sus seguidores. Los tres mejores saltos de todos los tiempos tenían estampados su firma y un cuarto no vendría mal.
A galope lo persiguió el recuerdo de San Juan, Puerto Rico, donde el 29 de julio de 1989, ¡otra vez julio!, inscribió la meta universal que aspiraba a superar esa tarde. La coincidencia, la motivación y la buena forma física apuntaban a que era posible hacerlo mejor que cuatro años atrás.
Desde las tribunas un último consejo de su entrenador. Lentamente se despojó de la ropa de calentamiento y quedó en short y camiseta. Calculó cada zancada. Luego de las acostumbradas palmaditas a su cabeza, a la cara, una fuerza superior le hizo exclamar una palabrota de aliento. El cielo parecía inmóvil, a pesar de que un ser humano se disponía a acercársele, a burlar la fuerza de gravedad y casi tocarlo. El apoyo del público aumentó con ritmo armonioso y excitante. Los aplausos cada vez más intenso paf,paf, paf, paf, paffff…
¡2,45!, ¡2,45!, ¡Nueva marca mundial!, ¡Sotomayor es noticia! La invasión de alegría en Salamanca era incontenible. Pocos pudieron saludarlo al instante, pero verlo correr por toda la pista junto a su bandera estremeció al más insensible. El salto al cielo podía fijarse en la historia con el día 27 de julio de 1993 y el nombre de un cubano ejemplar: Javier Sotomayor.