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Rinden tributo a Ramiro Guerra en su centenario

El bailarín, coreógrafo, investigador y ensayista Ramiro Guerra cumpliría hoy cien años. En la sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, justo el lugar donde tuvo lugar la primera función de la compañía que fundó Ramiro (la hoy Danza Contemporánea de Cuba) se le rindió tributo con develación de una tarja conmemorativa.

Allí estuvieron amigos, compañeros de trabajo, alumnos y estudiosos del que está considerado el maestro de la danza moderna cubana.

Uno piensa en la proeza de Ramiro y ahora pudiera naturalizarla. Pero hay que calzar sus zapatos: mediados del siglo XX, alguien que abandona pretensiones de abogacía para abrazar una carrera incierta, alguien que quiere dedicarse a hacer arte (que ya se sabe que era un oficio generalmente poco retribuido) y además escoge un arte prácticamente desconocido en estos lares: la danza moderna, la que rompía con los moldes más o menos rígidos del ballet, la que se apartaba de los cánones de la norma popular para reinventar lógicas del movimiento.

Ramiro tuvo esa fuerza, esa valentía. Enfrentó prejuicios y se lanzó a una auténtica aventura. Se vinculó con el naciente ballet cubano y (como en su momento hicieron Alicia y Fernando) terminó por viajar a los Estados Unidos, para conseguir acercarse a la que para muchos era la cumbre de la danza moderna: Marta Graham.

Regresó a Cuba. Y tuvo la oportunidad de una Revolución triunfante. 1959 fue un parteaguas para la nación toda. Instauró una nueva era, en todos los ámbitos. Nunca antes se le había otorgado a la cultura un rol sustantivo en el entramado social. 1959 fue un año fundacional. La creación del Teatro Nacional de Cuba, dirigido por Isabel Monal, fue sombrilla para numerosos proyectos. Ramiro encontró ahí su caja de resonancia.

La creación de una compañía de danza moderna fue un empeño colectivo, pero tuvo en Ramiro Guerra un liderazgo indiscutible. Él partió de una base, adquirida en sus años de aprendizaje, pero comprendió la necesidad de establecer nuevos andamiajes.

A la concreción de una nueva técnica, una nueva manera de asumir la danza, un espíritu nuevo… llegó, más que un hombre inquieto, un hombre culto.

Ramiro Guerra supo articular un impulso creativo. Bebió del patrimonio de su pueblo (particularmente de las raíces africanas, en diálogo con un acervo hispánico) y recreó una tradición.

De esos años primeros son algunas de sus obras esenciales: Suite yoruna, Medea y los negreros… era extraordinaria esa capacidad de hacer confluir referencias culturales múltiples.

Las contradicciones de un proceso impusieron obstáculos. El frustrado estreno del Decálogo del Apocalipsis, por la incomprensión de ciertos decisores, marcó una nueva etapa en una época compleja para la cultura cubana.  Algunos creen que la carrera del coreógrafo sufrió un golpe demoledor (aunque con los años el maestro propusiera nuevas creaciones); pero para otros esa «huida» (abandonó sus responsabilidades al frente del Conjunto de Danza Moderna) representó una nueva etapa.

Desde su voluntario y relativo aislamiento, Ramiro Guerra concibió un acercamiento novedoso (al menos para su contexto) a la teoría de la danza.

Fue, en definitiva, uno de los más activos ensayistas del arte cubano. Y sus aportes van más allá de la danza misma. Ramiro fue un intelectual integral. Se puede rastrear su huella en el entramado todo de la cultura cubana.

En una de sus últimas entrevistas, publicadas en este portal, afirmaba: «Ramiro, Ramiro, Ramiro… Mi huella está en todas partes. No solo en Danza Contemporánea o en el Folclórico. En todas las compañías de Cuba hay un poco de mí. Tuve muchísimos alumnos y mi relación con ellos siempre ha sido compleja, una relación de amor-odio, pero ahí están, son la gente que ha hecho la danza en Cuba».

Ese es, en definitiva, el aporte mayor: la fuerza y las implicaciones de un magisterio. A un siglo de su nacimiento, Ramiro Guerra tiene mucho que enseñar todavía.

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