Hace poco hablaba con unas amistades sobre un conocido común a quien los años tornaron en alguien irreconocible por sus actitudes y discursos, muy lejanos de los que exhibía en la época de estudiante en la Universidad.
Y es que las personas cambiamos a lo largo de nuestras vidas, no solo físicamente, sino también en nuestros modos de ver el mundo y actuar en consecuencia con la forma en que pensamos.
Sin embargo, hay esencias que no deberíamos perder, y de alguna manera, sacrificarlas sería renunciar un poco a lo que somos.
Partimos de esta generalidad para referirnos a ciertas inconsecuencias que a veces ostentan algunos individuos. Parecería que determinadas modificaciones de sus condiciones de vida, ya sea por el país donde residen, la labor que desempeñan, el poder adquisitivo que consiguen, o por otras variables que pueden resultar muy diversas, cambiaran la forma de pensar y actuar de tales sujetos, con una negación nada dialéctica de su pasado.
Esos rompimientos bruscos en determinados caracteres y conductas humanas no solamente reflejan inconstancia o volubilidad, sino también en no pocas ocasiones oportunismos e hipocresías.
Ser siempre la misma persona, en las buenas y en las malas, en un lugar o en otro, bajo presión o sin ella, indica por su parte la autenticidad de los valores que ostenta cada ser humano. Y aunque no nos demos cuenta de ello, quienes nos rodean si lo perciben, y con razón lo aprecian como una virtud cuando se es consecuente, o como una flaqueza en caso contrario.
Por supuesto que también existen evoluciones positivas, ya sea como resultado de nuestros aprendizajes o por efecto acumulativo de las experiencias. Sin embargo, no es el mejoramiento humano lo que preocupa y hace saltar las alarmas cuando aquilatamos cualquier trayectoria, sino las variaciones que desdicen de lo que alguien fue o creyó, o quiso hacer que creyésemos sobre su persona.
Porque incluso a veces los mayores y más contrastantes giros de personalidad ocurren en muy poco tiempo, como si quitaran a una gente y pusieran a otra en su lugar. Hay también posturas camaleónicas que varían según las circunstancias, y pueden alternar de una a otra tesitura, según las conveniencias de cada momento.
Estas mudanzas cuestionables conectan, por supuesto, con los presupuestos éticos y los principios de cada persona, o más bien, con su carencia.
No nos neguemos al cambio, claro está. Siempre que sea para ser mejores seres humanos, nunca por disimulos o ventajas circunstanciales. Es difícil, nadie lo dude. Y puede llegar a costar trabajo. Pero no está mal que nos propongamos, sin dejar de evolucionar, ser siempre la misma persona.