Después de dos años con playas asaltadas por rostros enmascarados para prevenir la COVID-19; de música para bailar o compartir solo en nuestras casas; de cero visitas a teatros, cines y campismos, y de un aislamiento convertido en vacaciones a la sombra, llega a nuestros cuerpos y mentes el verano del 2022.
Con total franqueza hay que decir que este verano debe ser sin mascarillas a la creatividad, pues los recursos económicos no abundan –más bien faltan– para pensar en grandes celebraciones. El actual desabastecimiento que tenemos en reglones como bebidas y refrescos no se resolverá de la noche a la mañana, aunque existe voluntad para aumentar sus ofertas, dado que son dos productos muy demandados en los meses de más calor en Cuba.
Cada Consejo Popular, municipio y provincia debe demostrar que para recrearse y divertirse ninguna idea sobra. Rescatar juegos tradicionales (dominó, damas, billar, entre otros), realizar planes de la calle para los niños, activar las Casas de Cultura con talentos locales y realizar ferias que agrupen a las empresas del territorio, son ejemplos posibles siempre que prime la inteligencia.
Tampoco debemos olvidar lo mucho que pueden contribuir las organizaciones (UJC, CTC, CDR, Anap, FEU, FEEM), las instancias deportivas y hasta los nuevos actores económicos. Se deben sumar todos, porque el concepto de recreación sana no queda en baños de sol en ríos o playas, hace falta enriquecerlo con cada opción que le demos al pueblo.
¿Acaso no es posible organizar festivales de poesía, visitas a museos, acampadas entre amigos, actividades en círculos sociales, conciertos de bandas municipales y hasta competencias de béisbol, baloncesto o fútbol? Pasarse esos dos meses en el campo o venir a la capital eran propuestas familiares para los niños. Ahora eso estará limitado por el disminuido transporte y las lógicas tensiones familiares. Sin embargo, lo único que no tiene restricción es la alegría y ser creativo con un pueblo trabajador que merece un verano diferente.