“Guantanamera, de nacimiento y de vida”, dice con orgullo Balbina Quinta Leyva, museóloga en la Plaza de la Revolución Mariana Grajales. Ella tiene muy adentro de su corazón la historia cubana. Desde sus primeras palabras ese amor brota.
Según afirma, en la plaza todo tiene un significado. Se observa en los jardines interiores, los que aluden al clima húmedo del territorio, específicamente en Baracoa; así como especies que son endémicas. Ya en la parte exterior se simula el semidesierto, donde prevalecen las altas temperaturas y escasas precipitaciones.
Cuando le pregunto dónde nació esa pasión por la historia, añade que fue su familia la que incentivó el deseo por conocer los sucesos más relevantes de Cuba. “Mis padres son de origen muy humilde, pero de principios muy sólidos. Procedían de Realengo 18. Allí mi mamá, Olga, conoció a Lino de las Mercedes Álvarez, él era amigo de mi difunto abuelo, Rafael Leyva; por otra parte, mi abuelo paterno, Salvador Quinta, español de nacimiento, se unió a la lucha encabezada por Lino, compartió sus ideales de lucha ante los desmanes que practicaba la guardia rural. Papá, ya fallecido, contaba que abuelo salió a combatir con una piocha en las manos, ese fue su fusil. Esas historias se narraban en nuestro hogar y contribuyeron a cultivar nuestro patriotismo”.
Por eso no fue casual que estudiara Licenciatura en Marxismo e Historia. “En 1989 matriculé en el Instituto Superior Pedagógico (ISP) Frank País, en Santiago de Cuba. Eran los años del período especial y por motivos de cercanía, concluí la carrera en 1994 en el ISP Raúl Gómez García, en Guantánamo”.
Muy cerca de José Martí
Una vez graduada, la joven profesora fue designada para Cajobabo, un sitio que es toda historia: ahí se encuentra el monumento de Playita de Cajobabo, lugar donde el 11 de Abril de 1895 desembarcaron José Martí y Máximo Gómez.
“Empecé a trabajar en la escuela Oscar Lucero Moya, centro escolar donde funcionaba la primaria y la secundaria básica. Ahí estuve dos cursos… y comencé a echar raíces porque me enamoré y me casé. Luego estuve en la ESBEC-IPUEC Protesta de Baraguá. Trabajé en el sector educacional siete años; en el 2000, luego del nacimiento de mi hija, Rismari, la Dirección de Cultura de Imías, me propuso ser especialista del museo 11 de Abril, en Cajobabo, ubicado en la que fuera la casa de Salustiano Leyva, quien siendo niño fue testigo de la estancia en la zona de José Martí y Máximo Gómez”.
Ese paso fue determinante en la vida de Balbina, pues se entusiasmó con el trabajo en patrimonio. “En el 2002, mi padre, Manuel, estaba muy enfermo, y tuve que acercarme a mi casa natal, en la ciudad de Guantánamo, para poder cuidarlo. Entonces, me plantearon trabajar en el Centro Provincial de Patrimonio Cultural y en el 2006 comencé como museóloga en la plaza”.
Luego de ocupar otras responsabilidades, retornó en el 2012, pues, además de ser una labor que le gusta mucho, está más cerca de su casa, a fin de ayudar al cuidado de su mamá, quien ya está a punto de cumplir 96 años.
Para ella, laborar en la Plaza de la Revolución Mariana Grajales significa un honor. “Es una institución prestigiosa, la cual rinde homenaje a Mariana Grajales y a todas las mujeres cubanas”, expresa y subraya que ahí se confabulan la idiosincrasia, la historia, geografía y cultura de los guantanameros.
Por su tierra, Balbina siente un amor especial. “Es mi patria chica. Es la casa que uno siente cerca, con una naturaleza rica y hermosa”. Apasionada en su labor, experta en las explicaciones que, a todos los visitantes, ella se siente feliz, mucho más cuando ve en su hija, maestra de la enseñanza primaria, la continuidad de su estirpe.