A pesar de toda la insistencia que durante décadas se ha hecho en relación con lo dañino, y a la larga mortífera, que resulta el hábito de fumar, los niveles de consumo de cigarrillos en Cuba no parecen ceder ni en cantidad de personas ni en la frecuencia con que se hace.
Las más recientes dificultades económicas y complejidades provocadas por la pandemia de Covid-19 han puesto en evidencia cuánta dependencia existe en no poca cantidad de nuestra población de esa práctica tan nociva, lo cual se ha evidenciado en los problemas para solventar la alta demanda de venta de cigarros.
Lo terrible es ver cómo nuevas generaciones de fumadores se suman a ese suicidio colectivo a largo plazo. Podría parecer un tono demasiado dramático, pero tenemos que revisar nuestras estrategias de prevención y comunicación al respecto.
Ni siquiera el hecho de vivir en hogares donde no se fuma, garantiza que adolescentes y jóvenes tomen la decisión correcta de apartarse del cigarro. Muchas veces ceden a la presión del grupo, ya sea por imitación o para intentar probar que pueden controlar a su antojo un vicio que más temprano que tarde los envuelve y esclaviza.
Es increíble ver cómo a pesar de los argumentos científicos y las dolorosas evidencias que nos llegan de amistades y familiares que luego sufren graves padecimientos por fumar, mucha gente incluso adulta banaliza o ignora ese riesgo con una actuación temeraria que resumen con una frase tremenda: de algo hay que morirse.
Pues no, por fumar nadie debería poner en riesgo su vida y la de su familia. Y todo lo que hagamos en función de desalentar ese malsano hábito, tiene que ser una prioridad.
La propia distribución y venta actual de los cigarrillos no creo que contribuya mucho a la prevención. Aunque nacida de una necesidad por la emergencia económica, la vuelta a la venta del cigarro como un producto normado tampoco ayuda a alejar esa tentación de los hogares cubanos.
Habría que estudiar el asunto, pero ojalá pronto haya condiciones productivas para que el cigarro solo lo compre quien tenga interés en ese producto tan dañino, y que se hagan cumplir con todo el rigor que lleva las prohibiciones para su venta a infantes y adolescentes.
Las terapias para dejar el cigarro tampoco son suficientemente potenciadas por el sistema de salud. O al menos, poco se habla de ello en los medios, además de estar casi ausentes esas opciones de rehabilitación en la propaganda de bien público que promueven las organizaciones sanitarias.
En fin, que son muchas las aristas y las dificultades a resolver, en un asunto que debería movilizarnos como sociedad de una forma sistemática, más allá de la celebración puntual cada año del 31 de mayo como Día Mundial sin Tabaco y salud pulmonar.
Para llegar a ese día en que no lamentemos ni afecciones ni muertes por tabaquismo, debemos enfrentar el hecho de que nadie nace fumando, y es la sociedad la que lo induce. Porque ese mal hábito sí no viene por la libreta.