¿Cómo se gana una Champions a contracorriente? Habría que preguntárselo a los fieles. Solo ellos son capaces de responder, incluso si la respuesta suena tan romántica que nada más atina a un «no tiene explicación».
Porque no la tiene. No hay guión más perfecto que el que terminó de escribirse ayer en París. La noche, una vez más, comenzó haciéndose larga para el Madrid, ante un Liverpool que cargaba con la ansiedad extra de querer vengarse.
Y así dio inicio al asedio, a la presión… Mané, Salah, Thiago, Arnold, tratando de combinarse, Henderson mordiendo, y el Madrid como si nada. Aplomo en la zaga blanca, sin hilvanar tres pases seguidos, pero fieles al plan.
Los reds seguían al frente y empezaban a inquietar a Cortuois, o mejor dicho, el portero belga los comenzaba a inquietar a ellos con sus atajadas ante los intentos estériles de Salah y Mané.
Monólogo en París, que parecía Anfield. El panorama para los de Ancelotti se tornaba adverso. Pero la adversidad había sido su alimento favorito durante todo el certamen y sobre el final del primer tiempo Benzema lo avisó con la única que tuvo su equipo en 45 minutos: gol en fuera de juego que le metió el miedo en cuerpo a los de Liverpool.
Por si había dudas, quedaba claro que solo necesitaban una pequeña oportunidad para dar un giro de 180 grados a la situación. Ese era el plan. Ancelotti y su banda fieles a esa inercia, y su gente con ellos.
La segunda parte arrancó con las mismas cartas sobre la mesa. Arnold lo intentaba con centros y Salah con disparos que acababan en reclamos.
Sin que el Liverpool hubiera terminado de lamentarse por su falta de contundencia, una jugada de Valverde por derecha los hundiría aún más. El uruguayo aceleró en banda y se inventó un pase de locos que cruzó toda el área y terminó por dejar solo a Vinicius ante la inmensidad de la portería. ¡Gol!… deja vu en el Stade de France.
Ahí la importancia de la fidelidad, de tener la convicción de que se ganará sin más argumento que la fe. ¿Se podría salir airoso de una final con solo dos disparos? ¿Tiene eso alguna explicación?Las respuestas se concretarían con el paso de los minutos.
Un desatino de la defensa obligó a Courtois a dejar un cuadro para la historia, una obra de arte sobre un zurdazo envenenado de Salah desde fuera del área. El guardameta voló en una acción felina y manoteó la esférica sin ceder ni siquiera el córner.
El Madrid se gustaba un poco más y el Liverpool sufría antes de coger un segundo aire y animarse a intentarlo, a crear las ocasiones para soñar con un grito de gol que ahogó una vez más Courtois con el antebrazo derecho, ante un disparo casi a bocajarro de Salah.
El egipcio se enredaba a manotazos con el suelo, mientras los blancos abrazaban a su portero como si hubieran anotado otro gol. Contrastes que daban pistas de quien se veía más campeón.
Otra vez la fidelidad. Ya el estadio parecía el Bernabéu y Ancelotti dio entrada a sus importantes actores de reparto: Camavinga, Ceballos y Rodrygo, congelando las aspiraciones y los deseos de venganza Salah y compañía.
Había nervios en ambas bancas, y el árbitro pitó el final, que desencadenó otros contrastes: sonrisas y caras largas, lágrimas de impotencia y llanto de alegría…
Los blancos, fieles a sus creencias, demostraron que sí, que se puede ganar con dos disparos y las lágrimas de gente que levantaba su quinta Champions evidenciaban que no había explicación para el cierre de semejante libreto.