Era domingo, acababan de almorzar, y recordando sus años de joven indomable, desobedeció la orden de quedar en la retaguardia, no era buen jinete, ni guerrero.
Bajo el tórrido sol de aquel 19 de mayo, una vez más mostró el luto que llevaba por la Patria, fue un blanco fácil entre la tropa uniformada de blanco, cabalgó presuntamente lleno de ansia hacia la posibilidad de desafiar en combate cuerpo a cuerpo al enemigo que sólo había podido afrontar con el tiro certero de sus palabras.
Sin esa muerte temprana: ¿cuáles habrían sido las transparencias de sus palabras? ¿Qué magnitud habría alcanzado su obra? ¿Cómo serían sus certezas aderezadas por la vejez? ¿Cuánto más habría subido su atalaya para avizorar el futuro? ¿Dónde habría llevado la nave con forma de caimán? si todavía hoy es brújula…
Es difícil, pero no imposible, imaginarlo con cabellos enblanquecidos a la sombra de una ceiba, con el verbo enriquecido por la experiencia y quizás una sonrisa en los labios, porque la vida le hubiese alcanzado para hacer algunos sueños realidad.
¿Cómo habría sido su destino, el nuestro, si no hubiese cabalgado una tarde de mayo hasta que lo detuvieron las balas? ¿Cómo habría sido nuestro José Julián Martí Pérez si hubiese llegado a la vejez y no perdurado en la gloria con la eternidad de la juventud?
Probablemente muchas páginas de la historia nacional, continental y universal, estuviesen escritas de manera diferente, pero eso es sólo una fantasía de mayo, donde otra vez, a 127 años, su muerte todavía duele.