El estruendo estremeció no solo los edificios sino también los corazones. El accidente del Saratoga trajo destrucción, sufrimiento y muerte. Otra dura prueba para los capitalinos que desde el primer momento se impusieron al llanto para brindar su ayuda “en lo que sea”. Ya lo estaban haciendo cuando llegaron las fuerzas especializadas y continuaron con el espontáneo gesto de acudir masivamente a los bancos de sangre para donar en favor de los lesionados.
Es humanismo, ese sentir por los demás que nos caracteriza como pueblo, ese sentimiento cultivado durante décadas de compartir hasta lo más preciado con quienes lo necesitan.
Y hay angustia en los que aguardan en las inmediaciones de la catástrofe en espera de los que no han aparecido, conmoción ante el rescate de un nuevo cuerpo, esperanza en que aparecerá alguien con vida…
Y los héroes de esta jornada interminable que comenzó el viernes y se prolonga en el tiempo siguen afanados entre los escombros, entregándose en cuerpo y alma a la dura tarea de encontrarlos, y entre ellos hay muchas historias que contar como aquel experimentado miembro de la brigada canina que ha realizado numerosas labores de esta índole en Cuba y en desastres en el extranjero, al que lo acompaña su inseparable perro de más de 12 años, que tal vez tenga en esta su última misión, o como el matrimonio del cuerpo de bomberos que enfrentaba la adversidad.
El pecho se contrae cada vez que se introduce el animal entre el amasijo de piedra y polvo, busca, y el hombre que lo guía se mantiene atento a su reacción: a veces se queda parado y mira fijamente a su dueño, otras, se sienta y empieza a ladrar, es el momento de marcar el lugar para que se incorporen los rescatistas y la emprendan contra los obstáculos con el anhelo de que tal vez sea alguien atrapado que aún respira.
Son imágenes que estremecen, como la de hombres y perros agotados por el esfuerzo captados por el lente en un breve descanso, que retomaron las acciones casi inmediatamente, porque no se puede perder un minuto.
Así han transcurrido las horas, y seguirán hasta que sea necesario. Hay mucho dolor en los familiares de las víctimas, en los rostros de estos combatientes y en el pueblo todo. Pero se imponen el humanismo y la entrega.
Y en medio del sufrimiento está la convicción de que nadie ha quedado desamparado. En ello radica nuestra fuerza.