La maestra de la escuela Concepción Arenal había acabado de poner el asunto en la pizarra para iniciar la clase. Faltaban alrededor de 10 minutos para las 11 de la mañana cuando un sonido potente rompió el silencio de la clase, del lugar, de La Habana Vieja, de la capital cubana. Frente a los ventanales del aula, el hotel Saratoga parecía agujerado por una explosión incalculable.
Por la calle Dragones, una de las laterales que une al Prado y rodea la instalación turística, una pipa cisterna de gas, (matrícula B362103) había explotado mientras abastecía del líquido al Hotel, que se preparaba para iniciar sus labores el venidero 10 de mayo. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue? ¿Por qué tanta fortaleza en un accidente inesperado? Las preguntas no eran posibles responderlas de inmediato. El miedo y el dolor se cruzaban. El asombro y la muerte eran reales.
El sol calentaba y todos corrían despavoridos del Parque de la Fraternidad hasta el Hotel Saratoga, la confusión era inmensa, los muertos comenzaban a salir de los escombros. Los niños de la escuela salían corriendo hacia el Prado y los profesores le indicaban llegar hasta la sede del Parlamento cubano, el Capitolio recién remodelado. Algunos niños sangraban por el impacto de cristales en sus rostros y cabezas. Ninguno con peligro para la vida.
La zona tan concurrida permitió tomas de decisiones arriesgadas y audaces. Decenas de personas sacaban las primeras personas de los escombros sin ser bomberos. Había que ayudar a riesgo incluso de las vidas de quienes rescataban. Algunos la ponían en la acera del Capitolio en espera de las ambulancias, cuyas sirenas sonaron en toda La Habana pasadas las 11 de la mañana.
Salía todavía una fuerte y negra cortina de humo, cuando llegaron los primeros rescatistas profesionales. Negros y verdes, cascos amarillos, sirenas de nuevo. Las pipas de bomberos, los rompe-fuegos de siempre. Gritos, alertas. Una gacela amarilla había quedado impactada y entre 10 manos lograron levantarla, pero no pudieron evitar los heridos y “creo que hasta un muerto”, contó impresionado por el hecho el chofer de una funcionaria del gobierno que fue de los primeros en llegar al lugar.
Dos taxis, un carro gris con el intermitente puesto y un pequeño microbús de turismo quedaron también sepultados de inmediato. Las paredes del lobby, primer, segundo y tercer piso del hotel Saratoga habían volado sin frenos hasta cerca del Parque La India. Un edificio colindante dejaba ver un sofá a la intemperie, mientras un cuadro de la sala de ese propio apartamento miraba a todos con estoica gravedad.
Los primeros 45 minutos se llenaron de tensión. Era necesario ya despejar el lugar de los primeros espontáneos auxiliares para dejar que la fuerza especializada se hiciera cargo del lugar. En la cuarta y quinta planta todavía quedaban ventanas descubiertas y cortinas carmelitas batían como pañuelos reclamando un rescate. Adentro del hotel, en los pisos desnudos se lograban ver al menos dos personas intentando salir. Desde abajo se les pedía calma y que buscaran resguardo firme.
Las cintas, los periodistas, los policías comenzaron a crecer. Y cuando el mediodía regalaba un triste calor en La Habana, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, arribó a la fatídica esquina. Junto a él varios ministros. Su mirada al Saratoga era de tristeza. Andaba visitando desde por la mañana un barrio en Marianao y tras la noticia interrumpió su plan para acompañar al pueblo en otras horas de dolor.
Horas antes había acabado la Feria de Turismo y en 48 horas toda Cuba celebrará el Día de las Madres. Un accidente fatal. Otro más en su mandato (el avión, el tornado). Algunos medios internacionales sin comprobar fuente de información acreditada hablaban de atentado o bombas. Pero ya se sabía que era un accidente. Los culpables se sabrían cuando los peritos terminen su labor.
Se nublaba el cielo pasada la una de la tarde y el peligro de derrumbe de la instalación amenazó de momento. Las columnas centrales del Saratoga ofrecían dudas a los expertos. Un presumible desplome es posible, por lo que a 200 metros a la redonda solo pueden estar el personal imprescindible y protegido. Pero la operación más compleja había que hacerla a la mayor brevedad y con muchas medidas de seguridad: sacar el camión cisterna de gas licuado, que según la propia empresa había realizado un primer servicio en el día y salió de la empresa este 6 de mayo con 12 300 litros del explosivo gas licuado.
El Ministro de Turismo, Juan Carlos García, fue de los primeros en ofrecer declaraciones a la prensa. “No había turistas y lamentamos los muertos de este accidente, sobre todo de aquellos trabajadores del sector turístico”, dijo conmovido por la sorpresa. “Ahora queda esperar las investigaciones y luego pensaremos en la recuperación. Esto no afecta lo que pretendemos alcanzar con el turismo pero hoy nos sumamos al dolor de todo el pueblo por este terrible accidente”.
Cerca de las dos volvió al lugar el Presidente. Había pasado por los hospitales Hermanos Ameijeiras y Calixto García. Seguía de guayabera azul y otra vez los responsables principales de la operación, coroneles y generales, le pusieron al tanto. Preguntó por los jóvenes rescatistas y les transmitió su más sincero reconocimiento al arduo y arriesgado trabajo. Ya se conocían entonces que la cifra de muertos era extraoficialmente de 8, aunque pudieran aumentar en las próximas horas por el número de heridos y lesionados que superaban las 40 almas.
Los curiosos ya no estaban alrededor del Saratoga. Una milimétrica y segura operación logró extraer de los escombros finalmente la pipa de gas. Bañada de agua para evitar cualquier explosión, dos grúas amarillas y forzudas la levantaron lentamente hasta colocarla en una escotilla que tomó rumbo hacia las afueras de la capital custodiadas por las más estrictas medidas de seguridad.
Una llovizna fina puso punto final a las primeras cinco horas de esta tragedia. El teatro Martí lucía también destrozos en puertas, ventanas y paredes. Los niños de la escuela Concepción Arenal ya estaban seguros en sus casas con el lógico temor y susto de sus padres. Colchones, lámparas, duchas, lavamanos, camas, lámparas y largos marcos de madera flotaban todavía en el aire a la vista del Prado.
El 6 de mayo estará marcado desde este 2022 por una explosión que rompió la tranquilidad de La Habana. El hotel Saratoga ha perdido el maravilloso encanto que lo hacía acreedor de los más exquisitos turistas. El gas, las horas y el dolor son apenas tres elementos que el cronista logró contar y ver desde el lugar. Aún queda por contar, por recuperar y por vivir.