Veintidós tipos en el terreno, corriendo, levantándose tras cada golpe que parecía definitivo. Intercambio violento de trompadas, rectas al rostro, sin mucha defensa. Sudor salpicando una y otra vez. Todos, absolutamente todos, locos.
En menos de 15 minutos el Etihad vivía la situación soñada. Hervía a fuego lento y los nervios afloraron en el Madrid tras los goles de De Bruyne y Gabriel Jesús. Defensa blanda y el City funcionando exactamente como siempre ha idealizado Guardiola, otro loco, que gritaba hasta quedarse sin voz ante la más mínima equivocación que hiciera desafinar su maravillosa orquesta.
Pero es un loco cuerdo Guardiola, o solo le gusta hacerse el loco, porque bien sabía que los dementes eran otros, esos que con más de setenta por jugar se sentían capaces de dar por muerto al rey de esta competencia. Él no entraba en ese grupo y por eso se desquiciaba.
Los merengues con poco saben hacer mucho. Y tienen a Benzema, que ya falló el sábado y seguro hoy no tenía pensado seguir con esa mala vibra. A la primera que tuvo la mandó a guardar. De zurda, al palo y adentro, borrando la abismal diferencia de fútbol que había en el campo y convirtiendo una masterclass en un partido reñido. Un gol raro, difícil de conseguir, pero Benzema también ha perdido el juicio en estas eliminatorias.
Mientras, el City lo seguía intentando y trataba de ahogar la salida del rival. Mahrez atormentaba a la zaga madridista, pero la pelota, caprichosa, se negaba a hacerlo feliz. Ancelotti parecía el más calmado de todos los pacientes, aunque su ceja, que llegaba casi a lo más alto de su frente, y su mandíbula, trituradora de chicles, delataban las inquietudes.
Así se fueron al descanso, con resultado un tanto injusto. Pero ya sabemos que en la Champions no hay jueces, ni merecimientos… ni en la Champions, ni en el fútbol.
El segundo tiempo inició parecido al primero. Mahrez y Foden otra vez a punto de propiciar la goleada. Nada. La gente sin control en las tribunas, Militao palideciendo y los sky blues respirando los temores de los visitantes.
Entonces le volvió a caer a Foden, que no perdonó y puso de cabeza el 3-1 -definitivo, habrían pensado algunos-, tras un precioso centro de Fernandinho. Sin embargo, los de Guardiola se dejaron llevar por la locura, por el vértigo, y entraron en un intercambio que masacró los cánones del técnico catalán. No hubo tiki taka, ni posesión, ni Xavis, ni Iniestas. Solo caos.
¿Y quiénes se aprovechan del caos? ¡Exacto! Los locos. Y apenas dos minutos después Vinicius se escapó por el manicomio y dejó trastornado a Fernandinho con un amague que le sirvió para atravesar más de media cancha y definir sin encontrar resistencia alguna. ¿Acaso estaban… locos los defensas del City? ¿Cómo permitieron tal insensatez de Vinicius?
Otra vez diferencia de uno. Partido abierto, desequilibrio mental en Inglaterra. Y Bernardo Silva respondió a lo que hizo Vinicius y demostró por qué estaba ahí en ese internado. Solo en su mente enferma podría dibujarse aquel remate de zurda que sacó chispas a la escuadra del arco defendido por Courtois.
Pero era apenas el minuto 74. Todavía había tiempo para otros disparates. Y los hubo. Mano clamorosa de Laporte en el área para que Guardiola terminara de perder los nervios.
Benzema acomodó la pelota en el punto de penalti, con los recuerdos involuntarios de los dos lanzamientos que había errado ante el Osasuna el fin de semana nublándole la mente… En un acto de liberación se dispuso a lanzar, como lo llevaba el partido, a lo Panenka, por el centro del arco de un Ederson revolcado a su izquierda, mientras la bola viajaba templadita para cerrar de nuevo el marcador.
Definitivamente habían dejado de medicarse. Estaban sin control. Temerarios. Alguien se olvidó las pastillas y ahora todos esos locos se jugarán el pase a la final la próxima semana en el Bernabéu. ¿Y usted ya tiene sus calmantes?