El bagacillo de caña —proveniente del antiguo central Santa Rosa y que el viento dispersaba como polvillo negro— le trae siempre los recuerdos de su natal Ranchuelo, en Villa Clara. Allí Dagmar García Rivera vivió los primeros años de su vida hasta que la familia se mudó a Santa Clara.
Fue una niña estudiosa, que mataperreaba —respetando su propio decir— en los bajos del edificio y sus amigos de juego eran los hijos de los compañeros de trabajo de sus padres en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, en que su papá (el doctor José Luis García Cuevas, ya fallecido) fue rector siendo ella estudiante de la carrera de Ciencias Farmacéuticas.
La Heroína del Trabajo de la República de Cuba, la científica que integró el equipo creador de las vacunas Soberanas (01, 02 y Plus), la actual vicedirectora de Investigación y Desarrollo del Instituto Finlay de Vacunas, fue criada en un ambiente donde “el trabajo y el estudio eran la esencia de la vida”. De ahí que su trayectoria estudiantil y laboral haya estado marcada por el compromiso, la perseverancia y el sacrificio en todos los órdenes.
¿En qué proyectos científicos se ocupaba cuando apareció la COVID-19?
Yo pensé que mi realización profesional y científica sería la vacuna conjugada contra los neumococos (protege de las neumonías, las meningitis, las otitis causadas por esta bacteria), a la que el Instituto Finlay le ha dedicado los últimos 10 años y aún está por terminar. He lidereado etapas importantes de la investigación, pero apareció la COVID-19 y con ello la oportunidad de desarrollar una vacuna y surgió Soberana.
¿Cómo se incorporó al equipo que la desarrolló?
Cuando apareció la pandemia, lo primero era su diagnóstico. Por tanto, el Instituto Pedro Kourí (IPK) comenzó con la caracterización del virus. Luego, en los hospitales se empezaron a tratar a los pacientes y a entender cuáles eran los mejores medicamentos. Era una nueva enfermedad y por ende todos tuvimos que crear y hacer ciencia en cada uno de estos espacios. En el Finlay desde un inicio pensamos en las acciones que podíamos realizar desde el punto de vista preventivo sobre la base de nuestros conocimientos.
Pero realmente lareunión del 19 de mayo del año 2020 con el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez fue, en lo personal, una experiencia muy grande, retadora. Salimos de ese encuentro pensando que era una gran responsabilidad y en cómo lo íbamos a hacer.
No viví la convocatoria de Fidel a nuestros científicos para resolver problemas de salud en etapas anteriores. La suerte es que el Comandante en Jefe apostó por la ciencia, incluso en períodos muy difíciles de la Revolución. Sabíamos muy poco del SARS-CoV-2, pero hacíamos vacunas contra otras enfermedades. Entonces fue poner el conocimiento en función de una nueva necesidad. El gran costo fue que se detuvieron otros proyectos y nuestra capacidad científica, intelectual, creadora y productiva se puso en función de la vacuna contra la COVID-19. Sin duda, ha sido una gran oportunidad para los científicos cubanos.
Nuestras vacunas han sido efectivas, ¿qué siente cuando ve los resultados, cuando escucha hablar de Soberana?
A veces es algo indescriptible lo que sentimos. La primera emoción llega con los resultados. Después, la satisfacción de conocer los altos porcientos de vacunación, que en el caso de Soberana ya el país tiene un 90 % de personas con esquema completo, y saber que los niños —a no ser por alguna comorbilidad— padecen la enfermedad como un catarro común, aunque lógicamente se siguen infestando, porque cortar la transmisión de este virus es muy difícil.
Y lo otro es el reconocimiento de la población, los mensajes que nos llegan. A mí me escriben todos los días por messenger decenas de personas de cualquier lugar del país, con disímiles preguntas. Es una muestra de que confían en nosotros y eso me lleva, aunque sea a las once de la noche, a dar una respuesta, porque seguramente no la tuvieron antes.
Por ello es necesario humanizar a los científicos, ponerles rostros, nombres, apellidos. En el mundo, por ejemplo, no se sabe quién creó la vacuna Pfizer. Los cubanos conocen quiénes hicieron las nuestras, Soberana, Abdala…, es decir los seres humanos que están detrás de esos resultados. Somos gente de pueblo, que estudiamos en las universidades y habitamos en los mismos barrios. Ha sido muy bonito lo vivido en los últimos dos años.
¿Quiénes han sido sus paradigmas en el campo de la ciencia?
Finlay es el gran ídolo de los científicos que nos dedicamos a este mundo. Después, Conchita (Concepción Campa), quien dirigió el Instituto Finlay durante muchísimos años; una figura con la que crecimos las generaciones más jóvenes que ahora nos dedicamos a este campo. Entre las personas más cercanas, el doctor Vicente Vérez, mi mayor motivación en el terreno de las vacunas.
Los que nos hemos formado a su lado aprendimos un método, una manera de hacer ciencia. Cuando alguien tiende a alejarse del camino principal, Vicente nos guía y nos lleva por la vía más rápida para alcanzar resultados. No puedo dejar de mencionar también a Agustín Lage, que enamora cuando habla y te hace entender con una integralidad increíble cómo la ciencia tiene que ser un motor en la economía.
De igual modo, Luis Herrera, con quien recientemente tuve la oportunidad de compartir un viaje al extranjero y confesarle que antes lo veía muy lejano, como el gran científico, que dirigía el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), uno de los iniciadores del llamado Frente Biológico.
Todas estas personalidades han tenido la capacidad de transmitir vivencias y de contarnos lo que significó Fidel para la creación del polo científico, su visión estratégica, de cómo se construyó el Centro de Inmunología Molecular en pleno período especial, cuando teníamos tantas carencias. Son los grandes íconos, pero sin duda, Fidel ha sido el principal y lo veo al lado de Soberana cada día.
Cuba celebrará próximamente el Día Internacional de los Trabajadores, ¿cuáles son las motivaciones para Dagmar y su colectivo?
Crecí yendo a la Plaza Che Guevara, que construimos los villaclareños. Por entonces era estudiante de secundaria básica y recuerdo que salíamos de la escuela e íbamos allá a realizar trabajo voluntario. Fue en mi adolescencia, y con los años mis hijos, desde muy pequeñitos, siempre me acompañan en los desfiles.
Epidemiológicamente será un reto, así que debemos, en lo posible, mantener las medidas higiénico-sanitarias establecidas. No obstante, en términos políticos hace falta patentizar el compromiso con nuestro proceso. Han sido dos años muy duros, complejos, y es un deber estar presente con nuestras familias y colectivos.
Siempre digo que cada generación tiene su Moncada. El nuestro es ahora. Salvamos a Cuba con las vacunas, y quizás mañana haya que hacerlo de otra manera. Ir a las plazas este Primero de Mayo es un soplo que Cuba necesita y los trabajadores tenemos ese día que inundar de aire los pulmones de la Revolución.